AUNQUE CAMINE POR VALLES CON SOMBRAS DE MUERTE, NADA TEMERÉ, PORQUE TU SEÑOR ESTÁS CONMIGO...***martes 7 de septiembre de 2010
Poesía que promete
PRISIONERO DE GUERRA
“Preocupáos de los presos, como si vosotros estuviérais prisioneros con ellos”
San Pablo, Hebreos, 13, 3.
San Pablo, Hebreos, 13, 3.
A los soldados argentinos que padecen injusta prisión
bajo la ruin tiranía kirchnerista
Yo que icé la bandera hasta el vértice altivo,
en una plaza de armas soleada de heroismo,
cuando todo era joven: el casco, las jinetas,
los sables aguzados y el viejo patriotismo.
Yo que domé un desfile en el frío de julio,
desbravando los vientos o refrenando escarchas,
como cimbra el jinete sobre un lomo tobiano,
a grupas del orgullo, osando contramarchas.
Yo que monté las guardias parapetado en lunas,
al acecho de sombras homicidas y rojas,
para que un sueño en calma tuvieran los que nunca
conocen del peligro su acero y sus congojas.
Yo que dejé mi lecho y a su vera una cuna,
combatiendo la senda del terror clandestino,
mientras casa por casa se encendían los leños,
mansamente alejados del fuego mortecino.
Yo convertido en rama, en fantasma o en muro,
en soldado del Cuerpo de Invisibles Patriotas,
patrullando amenazas más cruentas que una herida,
más dolientes que un día bruñido de derrotas.
Yo que estuve en Potrero de las Tablas, en Lules,
en Tucumán, la tierra de la caña cetrina,
en Manchalá, Simoca o en Quebrada de Artaza,
donde cayeron juntos Maldonado y Berdina.
Yo que anudé un rosario a mi fusil baqueano,
impetrando el auxilio del Arcángel Custodio,
por cumplir el mandato del hermano que dijo:
“camaradas tirad, pero tirad sin odio”.
Yo que usé de coraza el pellejo curtido,
cuerpeando una emboscada de negritud moruna,
me olvidé de mi nombre para llamarme sangre,
y en formoseña tarde me llamé Hermindo Luna.
Yo que no supe darle resuello a la osamenta,
cada vez que la patria alistó centuriones,
era la paz de abril, la cuaresma, el sosiego:
me volví malvinero con el alma hecha horcones.
Yo prolongué en el Sur mi vaquía en el monte,
o adiestrada en la selva de ciudades arteras,
bajé un Harrier intruso fusilando injusticias,
asalté casamatas, comulgué en las trincheras.
Yo aquí estoy, prisionero de encrespados rencores,
de infernales venganzas sin bozal ni tabique,
de olvidos, desmemorias, fingimientos, agravios,
la juntura execrable del lodo bolchevique.
Sin embargo esta celda no atenaza la Historia,
no aprisiona las gestas, no aherroja el estandarte,
ni esclaviza los frutos del amor a la tierra,
pródigo en las batallas de las que fui baluarte.
No se arrestan recuerdos, pendones victoriosos,
van libres las hazañas, de dolores cauterios.
Somos libres nosotros, prisioneros de guerra,
porque honor y deberes no sufren cautiverios.
Nadie pone cerrojos al cielo en el que habitan
aquellos que partieron integrando un comando,
su triunfo será el nuestro, acaso en los confines,
cuando vuelva un criollo a dar la voz de mando.
en una plaza de armas soleada de heroismo,
cuando todo era joven: el casco, las jinetas,
los sables aguzados y el viejo patriotismo.
Yo que domé un desfile en el frío de julio,
desbravando los vientos o refrenando escarchas,
como cimbra el jinete sobre un lomo tobiano,
a grupas del orgullo, osando contramarchas.
Yo que monté las guardias parapetado en lunas,
al acecho de sombras homicidas y rojas,
para que un sueño en calma tuvieran los que nunca
conocen del peligro su acero y sus congojas.
Yo que dejé mi lecho y a su vera una cuna,
combatiendo la senda del terror clandestino,
mientras casa por casa se encendían los leños,
mansamente alejados del fuego mortecino.
Yo convertido en rama, en fantasma o en muro,
en soldado del Cuerpo de Invisibles Patriotas,
patrullando amenazas más cruentas que una herida,
más dolientes que un día bruñido de derrotas.
Yo que estuve en Potrero de las Tablas, en Lules,
en Tucumán, la tierra de la caña cetrina,
en Manchalá, Simoca o en Quebrada de Artaza,
donde cayeron juntos Maldonado y Berdina.
Yo que anudé un rosario a mi fusil baqueano,
impetrando el auxilio del Arcángel Custodio,
por cumplir el mandato del hermano que dijo:
“camaradas tirad, pero tirad sin odio”.
Yo que usé de coraza el pellejo curtido,
cuerpeando una emboscada de negritud moruna,
me olvidé de mi nombre para llamarme sangre,
y en formoseña tarde me llamé Hermindo Luna.
Yo que no supe darle resuello a la osamenta,
cada vez que la patria alistó centuriones,
era la paz de abril, la cuaresma, el sosiego:
me volví malvinero con el alma hecha horcones.
Yo prolongué en el Sur mi vaquía en el monte,
o adiestrada en la selva de ciudades arteras,
bajé un Harrier intruso fusilando injusticias,
asalté casamatas, comulgué en las trincheras.
Yo aquí estoy, prisionero de encrespados rencores,
de infernales venganzas sin bozal ni tabique,
de olvidos, desmemorias, fingimientos, agravios,
la juntura execrable del lodo bolchevique.
Sin embargo esta celda no atenaza la Historia,
no aprisiona las gestas, no aherroja el estandarte,
ni esclaviza los frutos del amor a la tierra,
pródigo en las batallas de las que fui baluarte.
No se arrestan recuerdos, pendones victoriosos,
van libres las hazañas, de dolores cauterios.
Somos libres nosotros, prisioneros de guerra,
porque honor y deberes no sufren cautiverios.
Nadie pone cerrojos al cielo en el que habitan
aquellos que partieron integrando un comando,
su triunfo será el nuestro, acaso en los confines,
cuando vuelva un criollo a dar la voz de mando.
Antonio Caponnetto
CUIDADO SEÑORES JUECES, PORQUE CON LA VARA QUE MIDEN SERÁN MEDIDOS, EL JUEZ DE JUECES TE OBSERVA, NADA PUEDES OCULTARLE, A TU HORA EL CREADOR TE PEDIRÁ QUE LE MUESTRES TUS OBRAS Y EL A LA VEZ TE DARÁ LO QUE TE MERECES...Miguel...
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