Hitler, comedor de alfombras, El Pacto de Munich
Fue el autor del famoso "Historia del Tercer Reich" Willian L. Shirer quien popularizó el bulo de que Hitler mordía alfombras cuando se ponía nervioso e histérico. Sin duda, este tipo de autores popularizaron este tipo de comportamiento alocado en Hitler, cuando en realidad Hitler se solía comportar siempre correctamente y con mucho dominio de sí mismo. Veamos el famoso pasaje de Shirer:
- Hitler se hallaba en un estado de nerviosismo intenso. Aquella mañana yo le había visto pasar, caminando a grandes zancadas, para ir a inspeccionar su yate, amarrado a la orilla del río. Me pareció agitado por un tic nervioso. Su hombro derecho subía y bajaba de manera mecánica y continua, mientras su pierna izquierda se distendía bruscamente. Tenía los ojos orlados de enormes ojeras y parecía estar al borde de un derrumbamiento nervioso. "Teppichfresser", murmuró mi compañero alemán, un director de periódico que detestaba en secreto a los nazis. Me contó que, desde hacía varios días, Hitler se encontraba en tal estado de frenesí a causa de la cuestión checa, que más de una vez había perdido el dominio de si mismo tirándose al suelo y mordiendo el borde de la alfombra, de donde procedía la expresión de "comedor de alfombras" que yo había oído aplicada al Führer (en voz baja naturalmente), la víspera, en el hotel Dreesen, durante una conversación con algunos chupatintas a las órdenes del Partido.
Bien, centrados en el Pacto de Munich, comenzamos con la descripción que nos ofrece Joachim Fest:
- Hitler había hecho incapié en una reunión conjunta inmediata, por cuanto pretendía irrumpir el 1º de octubre en el país de los sudetes, con más decisión que nunca. Con el fin de ponerse de acuerdo con Mussolini, le salió al encuentro en Kufstein; y parece ser que en aquellos momentos estaba todavía indeciso de si hacer o no fracasar la conferencia prevista, con el fin de conseguir por la fuerza el triunfo total. En todo caso, sobre un mapa facilitó a Mussolini todas las explicaciones necesarias respecto a la guerra relámpago que pretendía desencadenar contra Checoslovaquia y la siguiente campaña militar contra Francia. Solo esforzándose mucho se mostró dispuesto a postergar tales intenciones, por el momento, pero no dejó que quedasen dudas flotando:
- O bien la conferencia resulta un éxito en un espacio de tiempo corto, o bien la solución será conseguida mediante las armas.
Para David Irving, Hitler no estaba tan seguro de querer una guerra contra Checoslovaquia:
- A las once de la mañana -tres horas antes de la hora tope fijada para Hitler en su ultimátum- Mussolini telefoneó a su embajada berlinesa para anunciar que acababa de recibir un mensaje de los británicos y quería tiempo para considerarlo, ¿estaría dispuesto Hitler a ampliar veinticuatro horas más el plazo del ultimátum?
El Forschungsamt se adelantó a anunciar esta petición. Ribbentrop puso mala cara. Göring, intensamente consciente de la debilidad de su fuerza aérea contra Gran Bretaña, le acusó de desear la guerra. Hitler los hizo callar a los dos.
- ¡Nadie desea la guerra! -gritó, tal vez el único indicio que dejó escapar de que todo había sido una baladronada desde el primer momento.
El pacto devolvía a Alemania los ex territorios alemanes de los Sudetes, en los que casualmente se hallaban situadas las más importantes defensas fronterizas de Checoslovaquia, que de ese modo se quedaba prácticamente indefensa. Pero el asunto de Munich dejó a Hitler con mal sabor de boca y acusó a Göring de cobardía a sus espaldas.
- La próxima vez -amenazó- actuaré tan rápido que ninguna viejecita tendrá tiempo de protestar.
El biógrafo Ian Kershaw, en su afán de desprestigiar a Hitler, prefiere dar crédito a William Shirer, a quien cita en su biografía. Evidentemente no cita la cuestión de las alfombras, pero sí cita el estado de nerviosismo de Hitler en la crisis checa. Por otra parte, Kershaw es más partidario de la corriente belicista de Ribbentrop y da crédito a la tesis de que Hitler prefería la guerra que el famoso pacto:
- Ribbentrop había abogado por la guerra hasta el último minuto. Se le había robado su ocasión de humillar a los ingleses... y aumentaba su indignación el hecho de que Chamberlain hubiese sido vitoreado en su recorrido a través de Munich en un coche descubierto como si se tratase del héroe del momento, el verdadero salvador de la paz en Europa. El estado de ánimo de Hitler se había modificado de un día para otro. La impresión que había dado de estar gozando de su triunfo sobre las potencias occidentales se había desvanecido la mañana siguiente. Parecía pálido, cansado y enfermo cuando Chamberlain le visitó en su apartamento de Prinzergentenplatz para presentarle una declaración conjunta en la que Alemania e Inglaterra acordaban que no habría más enfrentamientos bélicos entre ellas.
Para Kershaw "Munich no fue ningún gran motivo de celebración. Tenía la impresión de que le habían arrebatado el triunfo mayor que estaba seguro que habría logrado con una guerra limitada con los checos, que había sido su objetivo todo el verano.
Sin embargo, Hitler dijo en 1942:
- Recibo actualmente de Hacha los más efusivos testimonios de simpatía. No los publico para no dar la sensación de que necesitamos del apoyo de un vencido.
John Toland hace referencia en su biografía sobre el asunto:
- En el Dreesen, corrió la voz entre varios periodistas de que el Führer estaba tan perturbado por la crisis de Checoslovaquia que se dejaba caer al suelo y mordía el borde de la alfombra. El rumor surgió a raíz del comentario de un ayudante de Hitler que dijo que el jefe estaba tan furioso que "se comía la alfombra". Esta expresión popular alemana fue tomada al pie de la letra por algunos corresponsales norteamericanos, que habrían tenido que traducirla por "se subía por las paredes". Semejante ingenuidad divertía a los ayudantes de Hitler, que pocas veces habían visto a Hitler fuera de control. Cuando perdía los estribos, lanzaba ocasionalmente peroratas de una media hora; pero, por lo general, sus estallidos eran de corta duración. "Yo estuve presente e unos cuantos de esos arranques -escribió Wiedemann-, y todo lo que puedo decir es que no eran diferentes de las crisis de cólera de otros hombres con mal genio y poco autocontrol".
No hay comentarios:
Publicar un comentario