Sus pares y adversarios ni de cerca contaron con tamaño ingenio, garra o capacidad de combate. Kirchner fue, por sobre todo, un verdadero guerrero, pero, a diferencia de lo que vociferan sus propagandistas rentados (y sus indulgentes “opositores” hoy acongojados) no fue un batallador de la “causa nacional y popular” sino de su causa personal y patrimonial.
Empresario exitoso durante la Presidencia de Jorge Rafael Videla, el joven Néstor Kirchner a poco de regresar la democracia fue escalonadamente: Intendente de Río Gallegos (1987-1991), varias veces Gobernador de Santa Cruz (1991-2003) y Presidente de la Nación (2003-2007).
En su exitosa y ascendente carrera política, supo ser acólito del Presidente Carlos Menem (especialmente durante los tiempos de la privatización del petróleo) y luego ahijado del Presidente Eduardo Duhalde para las elecciones presidenciales del año 2003, las cuales ganó alcanzando la primera magistratura.
Una vez reposado en el Sillón de Rivadavia y en el marco de una incipiente bonanza económica que heredó de la gestión presidencial que lo antecedió y apadrinó, el gran mérito de Kirchner como gobernante fue haber reconstituido la gobernabilidad y la noción de autoridad (aunque mutando peligrosamente al autoritarismo moderno), la cual se había desdibujado durante la débil Presidencia de Fernando de la Rúa.
En el plano doctrinario/discursivo, Kirchner viró de la intrascendencia ideológica al populismo de izquierda. Sus encendidas soflamas contenían repetitivos agravios contra enemigos imaginarios o reales, a los cuales él siempre identificó imprecisamente como la “oligarquía” a la vez que se convirtió en un repentino glorificador del terrorismo revolucionario de la década del 70`. Insurrección que metralleta en mano levantó la bandera proletaria durante los mismos tiempos en los que el propio Kirchner se consagraba exitosamente en el mundo de los negocios de bienes raíces.
En efecto, su libreto hostil a las clases altas siempre contrastó con el hecho de que él mismo pertenecía desde joven al sector social al que gustaba vituperar. Incluso, durante su gestión fue el desacreditado Juez Norberto Oyarbide el encargado de legitimar la veloz multiplicación de su fortuna personal. Jamás pudo justificar de manera convincente ese incremento ni tampoco el paradero de los famosos fondos públicos de Santa Cruz.
En materia institucional, cambió de facto la composición de la Corte Suprema de Justicia, desobedeció deliberadamente sentencias judiciales (como si estas fuesen sugerencias de consorcio) y reconocidos Jueces “rebeldes” fueron destituidos (como el Dr. Alfredo Bisordi), cuando no intimidados con patrulleros policiales (como la Jueza María José Sarmiento) o “escrachados” desde la insufrible y onerosa “Televisión Pública” (como los Dres. Ricardo Guarinoni y Graciela Medina) por citar los casos más sonoros. Hasta las elecciones del año 2009, la sumisión del Congreso Nacional hacia Kirchner fue tal, que la institución parlamentaria fue popularmente rebautizada como “la escribanía de la Casa Rosada”.
No obstante la citada subordinación institucional, Kirchner batió récords emitiendo Decretos de Necesidad y Urgencia (sin necesidad ni urgencia) promediando 5 DNU mensuales (superando de lejos al hoy demonizado Carlos Menem).
En cuanto a la libertad de expresión, esta jamás fue tan cuestionada y menoscabada desde 1983 a la fecha. La fatídica presión sobre el periodismo no adicto al gobierno se fue radicalizando de tal manera, que poco antes del deceso de Kirchner se intentaron enérgicas maniobras para encarcelar a los directores y dueños de los tradicionales diarios del país, acusando a sus titulares de ser “criminales de lesa humanidad”.
Este ardid consistente en fabricar imputaciones y juicios contra todo aquel que perturbara los planes oficialistas fue aplicado sin piedad a diversos líderes opositores, tal el intento de vincular a Francisco de Narváez con el narcotráfico, a Mauricio Macri con el espionaje ilegal, Enrique Olivera con portar cuentas bancarias no declaradas en el exterior o a Eduardo Duhalde con la muerte de un militante trotzkista, entre muchísimos otros ejemplos.
Los tiempos “K” también se caracterizaron (y caracterizan) por ser la era del espionaje, del “carpetazo”, la calumnia, la “pinchadura” telefónica y la amedrentación física o psicológica. Las espontáneas manifestaciones callejeras opositoras (el llamado “cacerolazo”) supieron ser amortiguadas con la presencia de matones paraestatales (el multiuso Luis D´elía encabezó esas guapezas) y el canal estatal se usó de modo constante y sonante para agraviar “enemigos” e idolatrar al matrimonio Presidencial casi hasta el absurdo.
Apelando al fetiche de los Derechos Humanos, se reescribió de manera historietística la década del 70` canonizando terroristas y encarcelando militares octogenarios (desatendiendo las garantías jurídicas más elementales). Incluso, esta frenética devoción por condecorar guerrilleros convirtió al país en un “aguantadero” de criminales extranjeros fomentando innecesarios conflictos diplomáticos. La emblemática Hebe de Bonafini (apologista de la ETA, los Montoneros y las FARC), virtualmente fue la voz oficial de la política de DDHH. que Kirchner supo manipular y usufructuar a todo propósito y fuera de propósito.
En política internacional, la Argentina se aisló del mundo llevando adelante relaciones carnales con el represor Fidel Castro y el narco-Presidente Hugo Chávez (Antonini Wilson mediante), este último financista de la campaña presidencial de Cristina Kirchner en el año 2007.
En cuanto al cacareado “mérito” de que bajo su gestión la Argentina tuvo gran crecimiento económico, este obedeció a una coyuntura regional favorable y no a un eficiente programa económico (hasta la dictadura cubana obtuvo un crecimiento del 5% anual el último quinquenio y según la CEPAL en el 2011 el país que más crecerá será Haití), de modo que esta presunta prosperidad obedece a factores trasnacionales que están muy por encima de las decisiones político-económicas que se vinieron dando y la imagen de la política económica Argentina en el exterior ha sido lamentable.
A modo ejemplificativo, Chile, con una superficie (medida en kilómetros cuadrados) cuatro veces menor a la de Argentina, obtiene el triple de Inversión Externa Directa que la Argentina kirchnerista. Ocurre que es muy difícil edificar un eficiente y profesional programa económico con Ministros de economía tan desatentos que olvidaban sus bolsas de dólares en el baño de sus despachos gubernamentales. Por otra parte, los altisonantes “logros” que el régimen se adjudicaba en dicha materia son muy difíciles de dimensionar, dado que los mismos se basaban en los coeficientes oficiales del INDEC, garabateados antojadizamente por el Secretario de Estado (y distribuidor de indumentaria boxística) Guillermo Moreno.
No pretendemos con estas líneas hacer “leña del árbol caído”, pero ante la comedia post mortem protagonizada por “opositores” devenidos en adulones sensibilizados (los mismos que un día antes de su expiración lo maldecían y proclamaban su cárcel), es dable escapar un poco de esta competencia de alabanzas y subrayar que Néstor Kirchner fue un estorbo para la salud republicana y un enemigo consecuente de la convivencia pacífica, haciendo de la crispación un abuso, del maniqueísmo una filosofía, del patoterismo un modo y del resentimiento una costumbre omnipresente.
Kirchner vive porque está muerto. Horas antes de su deceso padecía no solo de un masivo y justísimo rechazo social sino que su convocatoria se hallaba tan desinflada que para poder discursear en un acto masivo dependía sumisamente de los oficios del terrateniente Hugo Moyano.
Que ahora sus propagandistas pretendan canonizarlo encajando su nombre y efigie urbi et orbe en clara intentona proselitista, ello no hace más que ratificar, confirmar y continuar la falta de seriedad y decoro que siempre tuvo el estrábico cacique que acaba de implosionar.
Más allá que desde el punto de vista humano la muerte de Néstor Kirchner debe ser respetada y a sus afectos y feligreses genuinos (no así los rentados) les cabe la respectiva conmiseración, cabe concluir que desde el punto de vista político, no hay nada que lamentar.
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