Argentino del Valle Larrabure, secuestrado y asesinado por "jóvenes idealistas"
Argentino del Valle Larrabure nación el 06 de junio de 1932 en la Ciudad de San Miguel el Tucumán. Era el menor de siete hermanos, en el seno de una familia humilde.
En una misma noche, la del 11 de agosto de 1974, el Ejército Revolucionario del Pueblo asaltaba dos organismos militares. Uno de ellos era el Regimiento de Infantería Aerotransportado nº 17, de Catamarca, donde la actuación de la guardia y de la policía provincial impidieron el copamiento, con el resultado de dos terroristas muertos y uno herido. A su vez, dos policías también quedaron con impacto de bala.
En el otro hecho, perpetrado contra la Fábrica Militar de Villa María, el resultado fue muy distinto. Allí, cinco kilómetros afuera del radio urbano, la acción de setenta guerrilleros fuertemente armados logró vulnerar las defensas del perímetro castrense, gracias a la complicidad de un soldado conscripto, apellidado Pettigiani.
El ataque se inició aproximadamente a las 10 de la noche del sábado, cuando por el tiempo invernal la mayoría de la población vecina ya estaba recluída en sus hogares. A esa hora, quince subversivos coparon el motel “Pasatiempo”, ubicado a unas nueve cuadras de la planta militar. Varias parejas guerrilleras, llegadas con anterioridad, ya habían ocupado habitaciones del establecimiento, que en pocos minutos se convirtieron en cuartel general del operativo. Entre los treinta ocupantes armados, una decena vistió con prontitud uniformes militares, mientras que con otro grupo, alejado del lugar, se mantenían conversaciones radiales.
La llegada casual del automóvil de una pareja, que al ver la oscuridad del edificio supuso que estaba cerrado y optó por regresar hacia Villa María, desbarató en parte los preparativos. Asustados, algunos de los guerrilleros que actuaban en el exterior como “campanas” comenzaron a disparar sin resultado contra el automóvil, gracias a lo cual se puso en movimiento un operativo policial en la zona.
Varios grupos de guerrilleros se lanzaron en consecuencia al ataque contra la Fábrica Militar, mientras frente al motel era muerto por los terroristas el cabo Marcelino Cuello. La policía provincial tuvo, igualmente, cuatro heridos.
La acción del soldado Pettigiani, que junto con otros dos había formado una célula en la Fábrica, permitió que la guardia de los portones de entrada fuera reducida por la acción traicionera desde el recinto. A la vez, en el perímetro castrense, donde se alojaban los oficiales superiores con sus familias –entre ellos Argentino del Valle Larrabure, su esposa, los dos hijos del matrimonio y el pequeño incorporado meses atrás al grupo-, se estaba desarrollando una reunión de amigos.
En el instante de abrirse el portón de acceso, y pese a que continuaba el enfrentamiento en el motel, los guerrilleros que penetraron sumaban más de sesenta.
Divididos en grupos que conocían perfectamente la distribución de los hombres a esa hora, así como la ubicación de los materiales, los guerrilleros intentaron secuestrar al Teniente Coronel Osvaldo Jorge Guardone, que se hallaba en su casa. El militar, que segundos antes había percibido movimientos extraños, organizó rápidamente su defensa, entregándole un arma a cada integrante de su familia que sabía manejarla, así cayó muerto uno de los asaltantes que había irrumpido en su vivienda; los restantes componentes del grupo se dieron a la fuga.
A todo el personal que estaba en la reunión, entre los que se contaban el Mayor Argentino del Valle Larrabure y el Capitán Roberto A. García, se le ordenó que se tiraran al piso, el Mayor Larrabure rápidamente se identificó como la persona de más alta jerarquía militar de la fiesta y pidió tranquilidad y que no se les hiciera daño a ninguna de las personas allí congregadas. Los dos militares fueron tomados de rehenes. Cuando fueron llevados hacia un automóvil, el Capitán García intentó fugarse; fue acribillado por la espalda y mal herido, junto al Mayor Larrabure, fueron subidos al vehículo con el que se dieron a la fuga. A la mañana siguiente el Capitán García, gravemente herido, dándolo por muerto, fue abandonado. Larrabure, en cambio, golpeado brutalmente,comenzaba su largo peregrinar hacia su calvario.
En otros sectores, los 50 o 60 soldados que constituían la dotación de la planta resistían en forma desordenada. La mayoría estaba ya disponiéndose para el reposo, cuando los extremistas, vestidos de soldados u oficiales, se interpusieron entre ellos esgrimiendo armas.
Dos horas después de haber ocupado la Fábrica, los atacantes dejaban el lugar con un camión cargado de fusiles FAL, ametralladoras, explosivos, armas cortas, y uniformes. En otros diez vehículos, parte de los cuales habían permanecido estacionados sobre la ruta y en medio de pastizales, huyeron los guerrilleros llevando consigo a sus muertos –habrían sido dos- y a siete u ocho heridos.
El soldado José Carlos Fernández y el Suboficial Alberto Albornoz eran, entretanto, los efectivos de Ejército peor heridos, junto al Capitán García, quien apareció abandonado en un vehículo con varios tiros en el abdomen, signos de quemaduras de cigarrillos y fractura de un brazo y de una pierna, producidos durante torturas de que fue objeto durante el breve cautiverio. De las 10 heridas de bala, siete le fueron inferidas durante las torturas.
De Larrabure, igualmente secuestrado, no hubo huellas y García no pudo aportar datos.
Horas después del copamiento, al intentar la fuga ante un control policial, chocó espectacularmente un Fiat 128 robado la noche anterior. Herido, fue retirado de entre los hierros del rodado un tucumano apellidado Sánchez, mientras que a su lado estaba el cadáver del médico José Luis Boscaroli, viejo conocido de las autoridades por sus actividades subversivas. Sánchez reconoció que ambos habían participado del ataque de Villa María. El soldado Fernández ya estaba en estado de coma profundo…
En la fecha del golpe, ya tenían los terroristas a un militar en sus manos: el Teniente Coronel Jorge Roberto Ibarzábal, secuestrado en Azul.
EN CAUTIVERIO
El 28 de febrero de 1975, Narciso Aurelio Larrabure, uno de los hermanos del militar, del cual no se tenían noticias, salvo por conmovedoras misivas enviadas desde la prisión del ERP –y remitidas por medio de los terroristas-, publicaba en el diario “Córdoba” una carta dirigida al cautivo:
“Querido hermano:
Sé de los problemas y vicisitudes que estás pasando. No sólo vos tenés este problema. En el andar diario veo la preocupación del ciudadano, llámese amigo nuestro, conocido; sea profesional, empleado, comerciante, obrero, estudiante, sacerdote, incluídos en esta gama muchos de los adversarios políticos que yo tuve hasta ayer.
Todos, queridos hermanos argentinos, expresan por igual su más decidido apoyo ante tu problema y reiteran permanente solidaridad con tu persona. Dentro del dolor, comparto la alegría de escuchar lo que de ti expresan. Todos esperan el día de tu liberación. No estás solo. Contás con el apoyo espiritual y material de todo aquel que te conoce, y por lo tanto meritúa tu persona.
Hermano mío: No debes desfallecer. Debes tener fe en este cautiverio que estas soportando. No te abandones ni espiritual ni físicamente, hacé ejercicios indicados, pensá sin temor a equivocarte que en días o meses deberá llegar el entendimiento entre los hombres de este suelo, y todo quedará como recuerdo, caro sí, pero recuerdo al fin.
Entonces podrás decir como fray Luis de León a sus discípulos: “Y como decíamos ayer…”. Y así podrás seguir trabajando como lo has hecho siempre para tu Patria, con esa auténtica y desinteresada vocación de servirla que tenés.
Cariños de Moña, tu querida sobrina, Maria Aurelia; te manda muchos besos tu desconsolada hermana gringa. Un abrazo de tu hermano que no te olvida ni un segundo. Hasta dentro de poco…
Cariños, Toti.
P.D. –En estos momentos sos para la subversión un “trofeo de acción”. En la paz no lejana, éstos se devuelven. Vale”.
Este mensaje nunca llegó a ser leído por Larrabure, a quien sus carceleros le impedían ya leer diarios o revistas, e inclusive escuchar la radio.
Un mes más tarde, y ante el silencio total de los secuestradores, a los cuales el primer texto invitaba indirectamente a establecer contacto, Narciso Aurelio Larrabure publicaba una segunda carta. Al pie de ella consignaba su teléfono y dirección en San Miguel de Tucumán.
“Tucumán, 31 de marzo de 1975.
A los jóvenes secuestradores de mi hermano, el Ingeniero militar Argentino del Valle Larrabure.
Jóvenes: He esperado con reflexiva fe en ustedes, y por eso les escribo ahora, durante los ocho meses desde que vuestro grupo secuestró a mi hermano, el Ingeniero militar Argentino del V. Larrabure.
Leída la carta que por medio del diario “Córdoba” ustedes hicieron llegar, la cual está escrita de puño y letra por mi hermano desde su prisión, él nos anuncia que vuestra sentencia sobre su persona es la de “prisionero de guerra”.
Ahora bien, en todos los contactos que logré con vuestros subalternos correos, a pesar de haber cumplido con toda solemnidad sus múltiples instrucciones, no he logrado una entrevista con la cúspide de vuestro movimiento ni con mi hermano, para poder certificar que realmente le dan trato de “prisionero de guerra”, y más aún, certificar sobre su salud y vida.
Todo hasta ahora, fueron palabras.
Medito, averigüo, comparo y les expreso: por conversaciones mantenidas con padres y hermanos de jóvenes que integran vuestros movimientos y se encuentran detenidos, me entero de que no hay ninguna dificultad –padres y hermanos- en entrevistarse, conversar y comprobar personalmente el estado de salud y trato personal de quien está privado de libertad. ¿Y vosotros? ¿Vuestro ejemplo?
Espero y ratifico mis anteriores procederes que tuve con vuestros correos al ofrecerles mi vida, la del suscrito, la de mi señora esposa y la del tesoro más preciado que poseo, mi hija como las vuestras, María Aurelia, de 9 años, para garantizar mi lealtad y pureza para las entrevistas. Ustedes conocen los lugares de desplazamientos para concretarla.
Dios ilumine vuestras decisiones.
Narciso Aurelio Larrabure, Mendoza 606, 3º, B.
Teléfono 26969, Tucumán”.
Días antes de cumplirse el año del secuestro, en diarios de Córdoba y Buenos Aires aparecía una solicitada de la familia, expresando la esperanza en el reencuentro. En cuanto a las misivas que el Mayor Larrabure pudo enviar a los suyos, tres de ellas estuvieron fechadas el 8 y el 22 de octubre de 1974, y enero de 1975.
“Querida María Susanita:
Por las razones conocidas no puedo acompañarte en tu cumpleaños, pero sí te llegará mi amor de padre, a través del espacio, de la distancia. Cumples 18 años. Toda una señorita. Debes tener la entereza para sobrellevar este infortunio y estar dispuesta a esperar lo peor.
Dale un beso grandote a mamá, dile que la extraño muchísimo, lo mismo que a Arturo, a Jorgito y a ti. Cuiden a mamá. Estudien. Si te va a visitar Pola para tu cumpleaños, o si le escribís, dale un fuerte abrazo extensivo a sus padres. A mis hermanos, cuando vayan, también dales un gran abrazo.
Saludos al personal militar, civil, amigos y alumnos. Un beso grandote para los cinco. Mi tirón de orejas para ti. Tu padre…”.
Dos semanas más tarde, el 22 de octubre, Larrabure conseguía anuencia de sus carceleros para remitir una segunda carta a sus familiares, especialmente dirigida a su esposa, a la cual afectuosamente llamaba “Marisita”.
“No bajes la guardia Marisita, y seguí adelante. Nita y los chicos te ayudarán y podrás continuar conduciendo la familia. Les agradezco infinitamente a mis hermanos, y a todos los amigos, personal del Ejército y de la Fábrica que te ayudan en esta emergencia. A mis hijos y ahijado especialmente, que no olviden mi mensaje: aun suceda lo peor, no deben odiar a nadie, y devolver la bofetada con poner la otra mejilla.”.
En el texto, el prisionero intentaba tranquilizar a los suyos y procuraba demostrar la continuidad de la relación con consejos sobre la marcha de la casa, la educación de los hijos y otros detalles. Pero ya en enero de 1975, cinco meses después del secuestro, la letra de Larrabure se hacía, por párrafos, difícil de descifrar.
Tras referir que “he vivido momentos muy inciertos, pero creo que los voy superando”, en esta nueva carta, dirigida a “Querida Marisita, queridos hijos María Susana y Arturo Cirilo, queridos Jorgito y Nita”, Larrabure expresa:
“Si están todos juntos sean fuertes. No tengan mucha esperanza en volverme a ver. Sepan que siempre los quise mucho. A vos, Marisita, un beso fuerte y la refirmación de mi amor…
A mis hijos les dedico lo mejor de mí, los quiero con toda mi alma. Tuve desesperación cuando creí que habían sufrido algún daño. Cuiden a su mamá...”.
Tras recordar a su madre, a sus hermanos, amigos, colaboradores de la Fábrica de Villa María, y a muchas personas más que evidentemente estaban grabadas en su estima, Larrabure concluía:
“Marisita, fuerza y adelante. Te adoro con todo corazón. Quiero que esta carta la leas a todos a quienes tú creas que corresponde”.
Tal como se comprobó posteriormente, el Mayor Larrabure estaba cautivo, en esta parte del período, en Rosario, adonde había sido llevado el día 3 de noviembre. Nada pudo establecerse sobre la ubicación de la prisión anterior, ni tampoco sobre los motivos del traslado, que coincidió con un drástico empeoramiento del trato. Tal como lo entendía Larrabure mismo, su muerte estaba decretada.
Las investigaciones sobre su paradero, entretanto, no avanzaban. Las precauciones de los terroristas y la magnitud del aparato logístico con que contaban, impedía aproximación. Por supuesto, las cartas que el secuestrado escribía en su celda de Rosario, eran despachadas desde Córdoba. Los correos a los cuáles aludía en sus avisos el hermano, no conducían a nada y parecieron ser, más que nada, parte de una cruel acción psicológica para destruir a la familia.
Larrabure, entretanto, escribía poemas que eran filosofía y credo. El credo de un hombre que evaluaba en largas horas el único patrimonio inajenable que la naturaleza le otorga: la vida, el amor y la muerte.
LA RESISTENCIA
Larrabure era Ingeniero químico. Nunca había pensado que podría ser prisionero de nadie; pero como sabía ser hombre y soldado, también supo ser prisionero.
En el centro de secuestradores de la casucha de Garay esquina Bariloche, en Rosario, dio pruebas de su temple, invocando a Dios, cantándole a la Patria o a su mujer y a sus hijos, o escribiendo fórmulas químicas en el mismo cuaderno, para conservar sus facultades intelectuales. También hacía crucigramas, que él mismo armaba.
Sus ataques de asma ya no merecían atención por parte de sus carceleros. El recinto donde se lo tuvo durante más de nueve meses tenía dos metros de largo por metro y medio de ancho, y junto al catre había un retrete portátil. La celda se hallaba bajo un negocio de mercería, atendido por una mujer joven. En la vivienda habitaban, además, el marido, su madre y las dos criaturas del matrimonio. Un cuadro típico de un modesto barrio de nuestras ciudades. O de cualquier ciudad del mundo.
A la celda de Larrabure y a la contigua, ocupada sucesivamente por varias personas que fueron secuestradas con fines extorsivos y que luego reconocieron el lugar, se llegaba a través del “placard” del dormitorio de la pareja. Las celdas “A” y “B”, denominadas así en los brevísimos diálogos que los secuestrados podían oir, carecían de otra luz que la de un tubo fluorescente encendido o apagado a criterio de los terroristas. En la celda B, un industrial fue testigo del temple de Larrabure ante la muerte, cuando lo oyó cantar el Himno Nacional frente a sus asesinos.
Un mes antes, en la última carta que pudo hacer llegar a su familia, Larrabure consolaba todavía a su mujer: “espero nos encontraremos pronto”. Pero, inclusive, su estado físico era grave. Había perdido cuarenta kilos y el asma lo asfixiaba con creciente frecuencia. No tenía con quién hablar. Sólo el “capitán” encargado del centro de detención, que venía ocasionalmente, estaba autorizado para contestar las preguntas del detenido, siempre que tuviera voluntad de hacerlo.
Hay indicios firmes de que se le exigió a Larrabure que pasara al bando subversivo. Su negativa fue determinante para que en ningún momento cediera el rigor sobre su persona, y para que al final se lo asesinara.
“A Dios, que con tu sabiduría omnipotente has determinado este derrotero de calvario, a Ti te invoco permanentemente para que me des fuerzas.
A ti, mi muy amada esposa, para que sobrepongas tu abatido espíritu por la fe en Dios. A mis hijos, para que sepan perdonar.
Al Ejército argentino, para que mantenga orgulloso los colores patrios.
Al pueblo argentino, dirigentes o dirigidos, para que toda la sangre derramada conmueva a la reflexión para dilucidar que somos hombre capaces de hacer nuestro destino sin ideas y formas de vida foráneas y ajenas.
A mi tierra argentina, ubérrima y acogedora, hoy escenario de luchas fraticidas. Para que cobije mi cuerpo y me dé paz”.
Así, con palabras que justificaban que en una “solicitada” el personal de la fábrica de Villa Maria dijera que Larrabure podía alinearse en la fila de los Generales Moscón y Savio, comenzó el militar cautivo su diario, breve y frustrado, en las postrimerías de su agonía. No tenía ya noción ni del tiempo ni de los hechos exteriores; de ahí que recurriera a todo lo que dentro de sí había edificado a lo largo de 43 años de vida.
“No escribo para el insulto ni formulo personalismos, más bien me impulsa escribir, este cautiverio que me sume en las sombras, pero que me inundó de luz” , acotaba Larrabure. Con todo, no podía omitir la referencia a sus captores:
“Mis enemigos son medrosos y pusilánimes ante iguales o superiores. Pero impulsivos, cortantes y autoritarios ante inferiores, débiles y desarmados… Aquí hay soledad de voces y ausencia total de facciones vivas. La cara es reflejo del alma…y los mentados “carceleros del pueblo” son capuchas móviles, insensibles, endurecidos por resentimientos de profundas raíces. Son carceleros sin alma.
…No puedo imaginar qué ventura de halito bondadoso y sutil pretende acariciar su accionar delictivo, qué hace que su carroña se transforme en doradas mieses.
… Estar cautivo de estos revolucionarios antiimperialistas, que arroban sus ideas en los “sobacos” del imperialismo que nace de la idea de los placeres fáciles, del poder asequible sin espera, del dinero, diciendo ser antiburgués cuando huelen a burgués desde que se amamantaban de los pechos de sus madres.
Estar cautivo de estos “próceres” es como estar atrapado en una telaraña, donde sustraídos del medio nos vemos imponentes para líberarnos pero mantenemos la esperanza de una muerte.
Sabía ya que la subversión en su estrategia y en su táctica busca crear el caos nacional. En su estrategia están los revolucionarios burgueses con coches, mujeres, departamentos, buenas “pilchas” y cuentas en el extranjero.
Su escenario es multinacional, hablan de “revolución en América latina” y sus representantes se reúnen en Praga, que como es de suponer les permite recibir instrucciones de un ”buen señor maestro en revoluciones” que supongo no se llama García ni Fernández ni Pérez…
…Estoy celosamente custodiado por encapuchados cuyos cambios de guardia constato por el cambio de calzado que usan o por las manos…Estos son mis carceleros, mis jóvenes encapuchados que resignan con su agresiva actitud la milenaria disposición que a la juventud la caracteriza por su ternura, por su amor.
…Aprecio que mi celda es una excavación porque carece de ventanas y una de las paredes laterales está burdamente revocada a cemento. El frente es de idéntica composición. El contrafrente es una pared de ladrillos huecos y una reja de aproximadamente 40 por 60 y el costado una divisoria de madera compactada. La puerta de igual material da a un pasillo, donde vi otra lúgubre y húmeda celda.
…Dos tubos de plástico negro de unos dos centímetros de diámetro conectan con el exterior y permiten la aireación mediante un extractor eléctrico cuyo funcionamiento depende de mis captores. Yo padezco la terrible desventura de pensar que puede dejar de funcionar y aumenta mi congoja de sentirme ahogado en este nicho donde el aire húmedo y enrarecido aumenta el asma que quebranta mi fuerza física.
¡Oh Dios, no permitas que muera ahogado, asfixiado, desesperado!
…Estoy confundido y quiero ordenar mis ideas. No sé cuándo es de noche ni cuándo es de día. Las horas no están marcadas por el reloj. Me son dichas por mis “piadosos” carceleros encapuchados y por Radio Rivadavia, que ellos sintonizan y puedo escuchar mientras me vigilan…
Pero hoy, prisionero, sin entender la razón de mi cautiverio, el tiempo sólo sirve para dimensionar un tiempo transcurrido y un futuro cada vez más cerca de mi muerte o de mi liberación…
Oh Dios… ¿Podré encandilar un día mis ojos con la luz del sol y palpitar mi corazón agitadamente junto a mi amada esposa, hijos y demás queridos? Si no me quitan lápiz y borradores podré confeccionar mi propio calendario…
…Mis carceleros me han brindado entrevistas para hablarme de política. Por supuesto, política revolucionaria empapada de Mao Tse Tung, Regis Debray, Giap, Ho Chi Minh, Guevara y demás. Les expresé que mi formación es eminentemente técnica y no siento vocación, o prácticamente me fastidia la política. Para prepararme me han entregado la bibliografía correspondiente pero persisto en mi obstinación de mi poco apego a tales
estudios e insisto en que deseo libros de matemáticas o física o química…
Este vivir sin querer vivir, este transcurrir del tiempo sin ser dueño de él me hace volcar a diario a profundas meditaciones. Ellas me reencuentran con Dios, en quien deposito mi esperanza, de quien guardo infinita fe y me someto sumiso al destino que me dé y al recuerdo permanente de mis seres queridos, que vivirán una pesada cadena de dolor por esta separación e incertidumbre de mi destino…
…Las marañas de este largo tiempo traen a mi memoria un libro que habré leído hace más de 20 años, Mis prisiones, de Silvio Pellico. Allí el autor componía una autobiografía en que cuenta su prisión por causas políticas, allá por 1820. Estaba encerrado en celdas pero disponía de carceleros sin capuchas, que ya en el primer día se ofrecen de comprarle vino y se horrorizan cuando Pellico les dice que no bebe, por cuanto entonces, según ellos, se le hará insoportable la soledad de la prisión. Pero son carceleros que tienen cara y traducen alguna consideración para con los que sufren allí. El autor de Mis prisiones relata que en la soledad y el silencio de su celda se reconforta con su devoción a Dios y el recuerdo de los seres queridos que añora. Un día, una Biblia le permitirá deambular en profundas meditaciones y muy pronto, un día, se acerca a las rejas de su celda un niño, hijo de ladrones, que vive cerca y crece al amparo de la cárcel donde su padre purga una pena. Pellico le arroja un pan, y advierte enseguida que la criatura es sordomuda. El pequeño agradece con cariñosos gestos y así a diario se establece una comunicación por señas y muestras de gratitud y el ferviente deseo del preso de mantener esas comunicación, que en su soledad está llena del candor del niño, que arrastra sus signos de tantas desgracias…”
Es curioso cómo, poco antes de su secuestro, había vuelto a la memoria de Larrabure el recuerdo de este libre, durante una de las clases que dio ese año en el colegio de las Hermanas de Villa María, donde se desempeñaba como profesor. Su gusto por la docencia, que ya había ejercido en la Universidad Católica, no se traducía sólo en explicaciones científicas. Espontáneamente, siempre dejaba en sus clases algo más, aquello que debe ser el encuadre de los conocimientos técnicos. Refiriéndose a Pellico, había acotado Larrabure en aquella ocasión que nadie sabe todo lo que conserva en su corazón y en su intelecto, hasta que el dolor y la soledad se lo revelan…
Siguiendo con el “diario”, que en muchas partes revela una debilidad física extrema, reiteraciones y superposiciones, se hallan otras referencias al agravante de las condiciones de encierro representado por el encapuchamiento, o sea, por la absoluta despersonalización de sus guardianes.
“La falta de distancias, la visión del día y de la noche, la mirada de piedad, la comunicación con el interior y con el exterior, la mirada a cara descubierta de los carceleros, el cruce de miradas amigas con otros presos de igual destino, la aparición de un médico viejo y otros detalles por el estilo que se daban en el libro de Pellico, eran un sustento que por lo visto falta en estas “modernas y justicieras cárceles del pueblo”
Al parecer, también en su encierro en Rosario, Larrabure fue –a su pedido- visitado por un médico o por alguien que se presentó como tal. Le entrega un mensaje con el número telefónico de familiares en Buenos Aires, para que les diga que está bien.
“La capucha asiente…, pero por los ojos tuve el convencimiento de que la capucha es solamente estuche de un hombre que está técnicamente preparado para ejercer la medicina, pero carente de sentido de piedad. También este hombre debe tener cualidad de verdugo. Sí, éste también es un hombre frío, nacido indudablemente para manejar el hacha que secciona una cabeza en el cadalso, donde cae sanguinolenta, con un torso y extremidades dan estertores al ser tocados por una brutal muerte…Al ver sus ojos vi la malicia calculadora del sádico…”
“…La negra capucha que esconde sus mejillas desencarnadas de la muerte, me espera paciente. En una espera que procura lenta para gozar de mi impotencia y de mi desesperanza se nutre su ansia fatídica, sabiendo que no será vana. Después del médico, no mejoraron las condiciones. Amargo sabor de hiel ví en los ojos fríos por el orificio de su capucha, ojos de ave voraz que goza de que la carroña de mi cuerpo sea devorada en amarga espera…
“…Un encapuchado que viene me dice hoy: “Mayor, no se desespere y no trate de quebrantar su prisión. Usted permanece en la cárcel del pueblo porque el Ejército al que usted pertenece, lo ha abandonado.
“No estoy abandonado, estoy acompañado por la fe infinita de Dios y por el amor de mis seres queridos, amigos y mi Ejército, que no me abandonará jamás, porque el hizo mi carácter, él perfeccionó mi intelecto y en él aprendí a esperar también a la muerte, con templanza.
“Usted, mayor, tiene una evidente inestabilidad emocional, pero igual, habiéndolo abandonado el Ejército, puede conseguir su libertad.
“Le pregunté a cambio de qué.
“Acepte trabajar como asesor de nuestras fábricas y será libre.
“Por ese precio, no (le contesté)…
“Larrabure, usted tiene un desequilibrio emocional que no le permite apreciar exactamente su situación. Piense y hablaremos.
“Sí, hablaremos, para que se consolide cada vez mas mi fe y mi fidelidad.
“… Hijo mal parido sería trocar este encierro por una libertad física, mientras mi alma se envilecería con el fango de estos miserables… Están en la revolución, hoy son sus prisioneros, entraron ayer y seguirán, porque deben seguir como el río que no se detiene…
“El asma altera mis nervios y mis sentidos están atentos a que el extractor de aire no me traicione. El humo de los Camel me ahoga en la estrechez de mi pocilga. Los cigarrillos que fuman mientras me cuidan me hace mucho mal…
“Humedad, humo, y creo sentir cada tanto el croar de ranas, ranitas verdes que miran las estrellas del cielo. A diario, motores de automóviles ponen una nota acústica a esta vida…
“… Esta mi pensamiento en dar alimentación a mi cuerpo para que no se extinga como una vela por consumo de estearina. Sin embargo, veo que mis fuerzas decrecen, siento altibajos emocionales, insomnio, inapetencias, indisposiciones estomacales y una aguda cistitis…
“Hago gimnasia moviendo mis brazos y piernas en flexiones interminables, porque quiero fatigarme. A pesar de ello no puedo dormir y debo recurrir al carcelero y me entregan Valium 5…
“… Busco fuerzas en mi espíritu azotado para superarme. Sé que no debo quebrantarme, no claudicar sino para morir en Dios que estos pervertidos sin fe insultan, pero también tengo lucidez para darme cuenta de que en algunos momentos hay zumbidos que me cruzan la cabeza y estoy en un estado de inconciencia y siento voces de personas muy caras a mi corazón…
“Calladamente pido a Dios que no me abandone a una locura que seria humillante…, quiero morir de pie como el quebracho que al caer hace un ruido que es un alarido que estremece al monte. Quiero morir de pie, invocando a Dios en mi familia, a la Patria en mi Ejército y a mi pueblo no contaminado… Dios misericordioso, te pido humildemente esta gracia, protege mi espíritu para que mi vida pueda cesar como la serena llama de una vela que se extingue”.
Las hojas desordenadas, sucias muchas, de escritura muy irregular, se suceden.
“… Hoy me siento convulsionado, angustiado, una profunda pena oprime mi pecho. Y me siento sumamente tensionado, nervioso. Mi mente se agita y parece percibir no se que conjunto de sensaciones extrasensoriales, y me invade una desesperante gana de llorar o de gritar, de patear el tabique de mi celda mientras los ojos vigilantes del joven de la capucha siguen inquisidores mi movimiento nervioso en esa ratonera… En mi meditación creo haber comprendido que el estado de paroxismo es producido por un hecho irreversible. Siento quizás la laxitud de haber captado un mensaje de despedida, de un ser muy querido. ¿Habrá sido de mi esposa, de mi madre pobre, de mis hijos, de mis hermanos?
Sorpresivamente sentí voces de mi hija y salí en su búsqueda y me encontré con tres hombres y una mujer joven que hablaba en una habitación. Les vì sus caras y la contracción de sus mejillas pálidas, supongo ante la presencia de un hombre que tienen cautivo y los encuentra desarmados. Lamentablemente, mi estado de alucinación y mi cuerpo quebrantado no me ayudan en la gresca que hubo. Sè que rompì un vidrio, pero fuí desvanecido y cuando desperté estaba maniatado de pies y manos en el camastro…”
Aquí se interrumpe este recorrido de sufrimientos y cavilaciones llevadas al papel. Posiblemente al descubrir las hojas o al tomarse por primera vez el trabajo de leer lo que el secuestrado escribía, los terroristas decidieron impedirle la escritura.
LA MUERTE
A partir de esas imprecisas fechas, que se sitúan en el comienzo de 1975, ya nada se sabe de cómo se desarrolló el cautiverio. Si hubo nuevos intentos de obtener su deserción, evidentemente terminaron como el primero. Si Larrabure, en un momento dado logró reunir las suficientes fuerzas para lograr una fuga – el episodio de que da cuenta el diario no lo habìa sido – a mediados de agosto de 1975 terminó con las torturas de que fue objeto y su ahorcamiento el 19 de ese mes.
O tal vez, los cabecillas del ERP, al llegar esa fecha, creyeron que ya se habían ensañado suficiente con su noble vida, y resolvieron cortarla por fin.
Para el marxismo, la degradación de la sociedad y la marcha hacia el poder van mancomunadas. Se trata de la difamación y degradación de las instituciones, de los próceres, de las leyes, de las costumbres, de las tradiciones y también de las expectativas de evolución que crecen en un pueblo.
Pero también el objetivo de la difamación y degradación de cada persona. Se ataca su personalidad a efectos de producir un estado de shock. Los hombres de sólida moral y ética, de sistema psíquico asentado sobre la disciplina o la fe inconmovible en Dios, difícilmente son minados; pese a los estados de postración que confiesa periódicamente en su diario el mayor Larrabure, no se observa deslizamiento alguno de su personalidad hacia la traición, la duda o la desesperación sobre los ideales de Dios, Patria y familia que son la constante en su pensamiento.
Para los marxistas, la lealtad carece por completo de toda condición espiritual superior. De hecho la reducen a una combinación de dependencia económica y de obediencia, que puede ser manejada mediante la presión, con elementos de rigor, necesidad y sujeción. El tema de la lealtad ocupa, curiosamente, mucho espacio en los textos de psicología destinados a los planificadores marxistas.
Cómo quebrarla, por medio de técnicas psicopolíticas que están altamente desarrolladas, es una de las ciencias mejor dominadas por la subversión. En el diario que se halló en la finca de Garay 3254, en Rosario, cuando fue descubierta por las autoridades, no hay indicio de que a Larrabure se lo hubiera sometido a ningún otro tratamiento que no fuera el de la tortura física y psíquica, para que claudicara o pereciera. Inclusive, en la década de los años 70, y en nuestro país, la aplicación de métodos psicopolíticos por la subversión armada no se observó.
Dada su evolución en el extranjero, no debe descartarse de que cualquier intento futuro de la violencia terrorista sea complementado con ella.
A Larrabure, en cambio, se lo sometió a toda la gama de sufrimientos que, sin refinamiento y técnicas científicas de avanzada , debían llevarlo al colapso mental o físico.
Inclusive en uno de los párrafos de sus anotaciones se lee que “este estado anímico tan especial, pienso, es producto de un lento envenenamiento a que me someten mis captores. Son frecuentes mis trastornos estomacales….”
“¿ Hasta cuándo, hasta cuándo esta locura sin sentido de tenerme aquí?“, preguntaba Larrabure en su desesperación, que sólo abarcaba aspectos de su existencia física. De ahí que en ningún momento claudicara.
El 19 de agosto de 1975, el industrial que ocupaba la celda contigua a la de Larrabure, sin saber de quién se trataba, oyó durante largos ratos una voz entrecortada por accesos de tos, que rezaba. Hacia el atardecer, según supuso, oyó que ese mismo compañero de encierro, en voz muy alta, si bien con evidentes problemas respiratorios o de de garganta, cantaba el Himno Nacional. Luego hubo ruidos distintos, que no pudo interpretar, y finalmente un silencio largo como si el ocupante de la celda vecina hubiera sido evacuado.
Pasado el mediodía del sábado 23 de agosto, la comisaría 18º de la policía provincial santafecina recibía una llamada. La voz, de un hombre que evitó cualquier detalle identificatorio, informó que en un zanjón próximo al cruce de la avenida Ovidio Lagos y calle Muñoz, poco antes de la salida de la ruta 178, había “ un bulto que les va a interesar”.
En el lugar, despoblado, casi frente a la abandonada estación El Gaucho, del Ferrocarril Belgrano, un grupo de niños ya había descubierto el llamativo paquete de revestimiento plástico. Sin embargo, habituados a la frecuente aparición de cadáveres o de bombas, se hallaban en prudente espera frente al bulto.
Al acercarse la policía se encontró con un documento del mayor Larrabure. Desenvuelto con cautela el envoltorio, en su interior se encontró el cadáver de un hombre de “impresionante delgadez”, según el testimonio de los responsables de la macabra operación, “colocado sobre un colchón muy angosto, posiblemente de material sintético, envuelto en una sábana y en una frazada”.
El cuerpo estaba vestido solamente de un pantalón pijama y un pullover en mal estado. En el cuello había marcas profundas de estrangulamiento o ahorcamiento.
En uno de los dedos, un anillo con las iniciales completas de Larrabure dejaba pocas dudas de que se trataba de su cadáver. De la frazada saltó el carnet de conductor a su nombre, expedido por las autoridades de Villa María, Córdoba.
Trasladado el cadáver al Hospital Municipal Central, el médico forense dictaminó que el cuerpo había permanecido congelado durante por lo menos 36 horas, y de que la muerte databa de 27 horas antes del hallazgo. Además de las marcas del ahorcamiento, se observaron en el cuerpo señales de golpes, así como lesiones producidas por larga permanencia en posición cúbito-dorsal.
“No se pueden reconstruir los últimos momentos del señor Mayor Larrabure. Quizás se le notificó fríamente que sería ultimado. Quizás él, en algún diálogo de dignidad suprema, provocó que los asesinos se arrojaran sobre el ahorcándolo, al no poder soportar su desafío. O tal vez la ejecución se fue preparando durante un día o dos”, expresó una fuente policial encargada de la investigación.
En un comunicado, la organización Ejército Revolucionario del Pueblo daba cuenta de la muerte de Larrabure, confirmando la fecha del 19 de agosto.
En el comunicado del Comando General del Ejército se informaba, a su vez, de las conclusiones de la junta médica , que dictaminó sobre el cuerpo del infortunado ingeniero militar: “En la región fronto-parietal, zona media, aparece una contusión de forma rectangular de medida cuatro por dos centímetros, similar a la periferia del cotillo de un martillo, presuntivamente. Placas apergaminadas de cuatro centímetros, aproximadamente, en ambas caras internas de las rodillas, producidas en vida, por fuerte compresión.
En tercio medio de la pierna derecha, surco profundo que rodea el contorno anatómico, producto probable de una ligadura compresiva en vida. En el cuello, surco profundo de estrangulamiento de fondo apergaminado, de recorrido horizontal levemente oblicuo, que abarca todo el perímetro, producido posiblemente por torsión desde atrás, ya que no se observan signos de cianosis en sus extremidades inferiores, propias en caso de haber estado suspendido. En los órganos genitales, gran zona congestiva inflamatoria, probablemente por pasajes prolongados de corriente eléctrica. Hay zona escarificada en el tercio superior del tórax, cara posterior, producida probablemente por la permanencia prolongada, en vida, en posición cúbito-dorsal. En el rostro, hemicara derecha, gran zona de congestión, que abarca la región frontal de ese lado, región maseteriana derecha, con gran derrame conjuntival en ojo derecho, presumiblemente provocadas por la acción de golpes o por choque violento con objetos duros. El cadáver presenta signos evidentes de deshidratación grave en vida por falta de líquidos y electrolitos suficiente, ratificado por una rebaja de peso superior a los 40 kilos de su peso en oportunidad del secuestro, según resulta de fichas”.
En el comunicado militar se destacaban el carácter brutal del asesinato y las condiciones infrahumanas del cautiverio de Larrabure, puntualizándose en su parte final:
“El Ejército Argentino recibe hoy a un nuevo mártir, con firme propósito y compromiso de continuar en la lucha contra la subversión hasta su total extinción, para lograr de forma definitiva la paz tan ansiada y merecida por la familia argentina”.
Trasladados a Buenos Aires, los restos de Larrabure fueron velados en el Regimiento I de Infantería Patricios, y su sepelio se llevó a cabo en el Panteón Militar a primera hora del día 25 de agosto, en el Cementerio de la Chacarita. Apenas se había conocido la noticia de su muerte, Larrabure fue ascendido a Coronel, fue el único militar en la historia argentina que ascendió estando en cautiverio cuando fue secuestrado era Mayor, ascendió a Teniente Coronel, y post-mortem ascendió a Coronel.
Mientras tanto, en Tucumán, el Ejército ya había puesto en marcha, desde cinco meses atrás, el Operativo Independencia, que a un elevado costo de vidas determinaría la derrota del audaz intento del ERP de ocupar política y militarmente un área del territorio nacional. Pero sólo con la llegada de los militares al poder, en marzo de 1976, podría ser desarmada toda la guerrilla y dislocado su sistema de apoyo.
Según Mao Tse Tung, “la retirada estratégica es una medida estratégica planificada que adopta un ejército inferior en fuerza cuando estima que no puede aplastar la ofensiva de un adversario más peligroso, con el fin de conservar sus fuerzas y esperar el momento oportuno para derrotar al enemigo. Sólo los partidarios del aventurerismo militar se oponen porfiadamente a semejante paso y propugnan detener al enemigo más allá de las puertas.
De más está decir que los guerrilleros fracasaron en su intento inicial de presentar su virtual desaparición como una “retirada estratégica”. No se retiraron, fueron derrotados y aniquilados.
El sádico asesinato de Larrabure contribuyó indudablemente, junto a otros hechos similares, a movilizar la opinión pública. Sirvió también para establecer la abismal divisoria entre una conducta moral y nacional, y el carácter de los grupos marxistas.
Pero no debe olvidarse que el vietnamita Giap, tan apreciado por los guerrilleros argentinos, había alentado con estos argumentos muy duraderos a los irregulares birmanos, después de una dura derrota:
“Nosotros surgimos la primera vez de la nada, solamente por el poder de una idea. ¿Cómo no seríamos capaces de reaparecer, una y mil veces, en uno y mil lugares, con una bandera u otra, como sea? Mientras existamos, sabremos reaparecer, multiplicarnos y golpear. Cuando regresemos tenemos una historia detrás, y también la historia de nuestra derrota. Para los revolucionarios, todo lo que ocurrió sirve para vencer la segunda vez… o la nonagésimonovena vez.”
De ahí que el martirio de Larrabure, como el de cientos de argentinos, no ha concluído en su vigencia. Todo lo que ha ocurrido debe servir también para vencer la segunda vez, y la nonagésimonona.
El mismo Larrabure en un párrafo de sus anotaciones del cautiverio, pone de relieve el carácter fanático y la fuerza permanente del aparato de odio de la subversión.
“Estos revolucionarios ruedan, y llegan a un instante en que no saben porqué y para qué, pero ruedan.” Obviamente, detrás de ellos hay una planificación mundial fría e inexorable, que mantiene en funcionamiento la maquinaria, y que no se desanima por una derrota. Los campos de batalla son el mundo entero, y el tiempo ilimitado. Las vidas humanas…. lo de menos, aunque sean las de sus combatientes.
Larrabure, del lado nacional, dejó no solo el valor sobrenatural del martirio libremente elegido, elegido de día en día durante más de un año. También dejó escrito como mensaje:
“Morir, pero por ideales que están al amparo de símbolos que nos conmueven el espíritu con la visión de una nación altiva. Ricas pampas, ríos caudalosos, mocetones que sienten la patria por la pureza de sus corazones libres y que ignoran cánticos foráneos y estrellas imperialistas de cinco puntas teñidas de rojo…”
No son muchos los casos de nuestra historia política, en que alguien ha mirado tan en los ojos a la muerte violenta e injusta con tanta conciencia, frialdad y altivez.
Nota: Este texto es copia del capítulo VII titulado “Larrabure” ,del autor Antonio Petric, extraído del libro “Así sangraba la Argentina” de la Colección Humanismo y Terror dirigida por Armando Alonso Piñeiro. Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1980.
La tortura se aplicaba en forma sistemática contra todos aquellos que caian prisioneros de éstos infames terroristas asesinos de niños...Las llamadas cárceles del pueblo, eran el lugar donde sometían a los prisioneros de guerra a las mas crueles y variadas de éstas torturas...Comentado y publicado por Miguel... En una misma noche, la del 11 de agosto de 1974, el Ejército Revolucionario del Pueblo asaltaba dos organismos militares. Uno de ellos era el Regimiento de Infantería Aerotransportado nº 17, de Catamarca, donde la actuación de la guardia y de la policía provincial impidieron el copamiento, con el resultado de dos terroristas muertos y uno herido. A su vez, dos policías también quedaron con impacto de bala.
En el otro hecho, perpetrado contra la Fábrica Militar de Villa María, el resultado fue muy distinto. Allí, cinco kilómetros afuera del radio urbano, la acción de setenta guerrilleros fuertemente armados logró vulnerar las defensas del perímetro castrense, gracias a la complicidad de un soldado conscripto, apellidado Pettigiani.
El ataque se inició aproximadamente a las 10 de la noche del sábado, cuando por el tiempo invernal la mayoría de la población vecina ya estaba recluída en sus hogares. A esa hora, quince subversivos coparon el motel “Pasatiempo”, ubicado a unas nueve cuadras de la planta militar. Varias parejas guerrilleras, llegadas con anterioridad, ya habían ocupado habitaciones del establecimiento, que en pocos minutos se convirtieron en cuartel general del operativo. Entre los treinta ocupantes armados, una decena vistió con prontitud uniformes militares, mientras que con otro grupo, alejado del lugar, se mantenían conversaciones radiales.
La llegada casual del automóvil de una pareja, que al ver la oscuridad del edificio supuso que estaba cerrado y optó por regresar hacia Villa María, desbarató en parte los preparativos. Asustados, algunos de los guerrilleros que actuaban en el exterior como “campanas” comenzaron a disparar sin resultado contra el automóvil, gracias a lo cual se puso en movimiento un operativo policial en la zona.
Varios grupos de guerrilleros se lanzaron en consecuencia al ataque contra la Fábrica Militar, mientras frente al motel era muerto por los terroristas el cabo Marcelino Cuello. La policía provincial tuvo, igualmente, cuatro heridos.
La acción del soldado Pettigiani, que junto con otros dos había formado una célula en la Fábrica, permitió que la guardia de los portones de entrada fuera reducida por la acción traicionera desde el recinto. A la vez, en el perímetro castrense, donde se alojaban los oficiales superiores con sus familias –entre ellos Argentino del Valle Larrabure, su esposa, los dos hijos del matrimonio y el pequeño incorporado meses atrás al grupo-, se estaba desarrollando una reunión de amigos.
En el instante de abrirse el portón de acceso, y pese a que continuaba el enfrentamiento en el motel, los guerrilleros que penetraron sumaban más de sesenta.
Divididos en grupos que conocían perfectamente la distribución de los hombres a esa hora, así como la ubicación de los materiales, los guerrilleros intentaron secuestrar al Teniente Coronel Osvaldo Jorge Guardone, que se hallaba en su casa. El militar, que segundos antes había percibido movimientos extraños, organizó rápidamente su defensa, entregándole un arma a cada integrante de su familia que sabía manejarla, así cayó muerto uno de los asaltantes que había irrumpido en su vivienda; los restantes componentes del grupo se dieron a la fuga.
A todo el personal que estaba en la reunión, entre los que se contaban el Mayor Argentino del Valle Larrabure y el Capitán Roberto A. García, se le ordenó que se tiraran al piso, el Mayor Larrabure rápidamente se identificó como la persona de más alta jerarquía militar de la fiesta y pidió tranquilidad y que no se les hiciera daño a ninguna de las personas allí congregadas. Los dos militares fueron tomados de rehenes. Cuando fueron llevados hacia un automóvil, el Capitán García intentó fugarse; fue acribillado por la espalda y mal herido, junto al Mayor Larrabure, fueron subidos al vehículo con el que se dieron a la fuga. A la mañana siguiente el Capitán García, gravemente herido, dándolo por muerto, fue abandonado. Larrabure, en cambio, golpeado brutalmente,comenzaba su largo peregrinar hacia su calvario.
En otros sectores, los 50 o 60 soldados que constituían la dotación de la planta resistían en forma desordenada. La mayoría estaba ya disponiéndose para el reposo, cuando los extremistas, vestidos de soldados u oficiales, se interpusieron entre ellos esgrimiendo armas.
Dos horas después de haber ocupado la Fábrica, los atacantes dejaban el lugar con un camión cargado de fusiles FAL, ametralladoras, explosivos, armas cortas, y uniformes. En otros diez vehículos, parte de los cuales habían permanecido estacionados sobre la ruta y en medio de pastizales, huyeron los guerrilleros llevando consigo a sus muertos –habrían sido dos- y a siete u ocho heridos.
El soldado José Carlos Fernández y el Suboficial Alberto Albornoz eran, entretanto, los efectivos de Ejército peor heridos, junto al Capitán García, quien apareció abandonado en un vehículo con varios tiros en el abdomen, signos de quemaduras de cigarrillos y fractura de un brazo y de una pierna, producidos durante torturas de que fue objeto durante el breve cautiverio. De las 10 heridas de bala, siete le fueron inferidas durante las torturas.
De Larrabure, igualmente secuestrado, no hubo huellas y García no pudo aportar datos.
Horas después del copamiento, al intentar la fuga ante un control policial, chocó espectacularmente un Fiat 128 robado la noche anterior. Herido, fue retirado de entre los hierros del rodado un tucumano apellidado Sánchez, mientras que a su lado estaba el cadáver del médico José Luis Boscaroli, viejo conocido de las autoridades por sus actividades subversivas. Sánchez reconoció que ambos habían participado del ataque de Villa María. El soldado Fernández ya estaba en estado de coma profundo…
En la fecha del golpe, ya tenían los terroristas a un militar en sus manos: el Teniente Coronel Jorge Roberto Ibarzábal, secuestrado en Azul.
EN CAUTIVERIO
El 28 de febrero de 1975, Narciso Aurelio Larrabure, uno de los hermanos del militar, del cual no se tenían noticias, salvo por conmovedoras misivas enviadas desde la prisión del ERP –y remitidas por medio de los terroristas-, publicaba en el diario “Córdoba” una carta dirigida al cautivo:
“Querido hermano:
Sé de los problemas y vicisitudes que estás pasando. No sólo vos tenés este problema. En el andar diario veo la preocupación del ciudadano, llámese amigo nuestro, conocido; sea profesional, empleado, comerciante, obrero, estudiante, sacerdote, incluídos en esta gama muchos de los adversarios políticos que yo tuve hasta ayer.
Todos, queridos hermanos argentinos, expresan por igual su más decidido apoyo ante tu problema y reiteran permanente solidaridad con tu persona. Dentro del dolor, comparto la alegría de escuchar lo que de ti expresan. Todos esperan el día de tu liberación. No estás solo. Contás con el apoyo espiritual y material de todo aquel que te conoce, y por lo tanto meritúa tu persona.
Hermano mío: No debes desfallecer. Debes tener fe en este cautiverio que estas soportando. No te abandones ni espiritual ni físicamente, hacé ejercicios indicados, pensá sin temor a equivocarte que en días o meses deberá llegar el entendimiento entre los hombres de este suelo, y todo quedará como recuerdo, caro sí, pero recuerdo al fin.
Entonces podrás decir como fray Luis de León a sus discípulos: “Y como decíamos ayer…”. Y así podrás seguir trabajando como lo has hecho siempre para tu Patria, con esa auténtica y desinteresada vocación de servirla que tenés.
Cariños de Moña, tu querida sobrina, Maria Aurelia; te manda muchos besos tu desconsolada hermana gringa. Un abrazo de tu hermano que no te olvida ni un segundo. Hasta dentro de poco…
Cariños, Toti.
P.D. –En estos momentos sos para la subversión un “trofeo de acción”. En la paz no lejana, éstos se devuelven. Vale”.
Este mensaje nunca llegó a ser leído por Larrabure, a quien sus carceleros le impedían ya leer diarios o revistas, e inclusive escuchar la radio.
Un mes más tarde, y ante el silencio total de los secuestradores, a los cuales el primer texto invitaba indirectamente a establecer contacto, Narciso Aurelio Larrabure publicaba una segunda carta. Al pie de ella consignaba su teléfono y dirección en San Miguel de Tucumán.
“Tucumán, 31 de marzo de 1975.
A los jóvenes secuestradores de mi hermano, el Ingeniero militar Argentino del Valle Larrabure.
Jóvenes: He esperado con reflexiva fe en ustedes, y por eso les escribo ahora, durante los ocho meses desde que vuestro grupo secuestró a mi hermano, el Ingeniero militar Argentino del V. Larrabure.
Leída la carta que por medio del diario “Córdoba” ustedes hicieron llegar, la cual está escrita de puño y letra por mi hermano desde su prisión, él nos anuncia que vuestra sentencia sobre su persona es la de “prisionero de guerra”.
Ahora bien, en todos los contactos que logré con vuestros subalternos correos, a pesar de haber cumplido con toda solemnidad sus múltiples instrucciones, no he logrado una entrevista con la cúspide de vuestro movimiento ni con mi hermano, para poder certificar que realmente le dan trato de “prisionero de guerra”, y más aún, certificar sobre su salud y vida.
Todo hasta ahora, fueron palabras.
Medito, averigüo, comparo y les expreso: por conversaciones mantenidas con padres y hermanos de jóvenes que integran vuestros movimientos y se encuentran detenidos, me entero de que no hay ninguna dificultad –padres y hermanos- en entrevistarse, conversar y comprobar personalmente el estado de salud y trato personal de quien está privado de libertad. ¿Y vosotros? ¿Vuestro ejemplo?
Espero y ratifico mis anteriores procederes que tuve con vuestros correos al ofrecerles mi vida, la del suscrito, la de mi señora esposa y la del tesoro más preciado que poseo, mi hija como las vuestras, María Aurelia, de 9 años, para garantizar mi lealtad y pureza para las entrevistas. Ustedes conocen los lugares de desplazamientos para concretarla.
Dios ilumine vuestras decisiones.
Narciso Aurelio Larrabure, Mendoza 606, 3º, B.
Teléfono 26969, Tucumán”.
Días antes de cumplirse el año del secuestro, en diarios de Córdoba y Buenos Aires aparecía una solicitada de la familia, expresando la esperanza en el reencuentro. En cuanto a las misivas que el Mayor Larrabure pudo enviar a los suyos, tres de ellas estuvieron fechadas el 8 y el 22 de octubre de 1974, y enero de 1975.
“Querida María Susanita:
Por las razones conocidas no puedo acompañarte en tu cumpleaños, pero sí te llegará mi amor de padre, a través del espacio, de la distancia. Cumples 18 años. Toda una señorita. Debes tener la entereza para sobrellevar este infortunio y estar dispuesta a esperar lo peor.
Dale un beso grandote a mamá, dile que la extraño muchísimo, lo mismo que a Arturo, a Jorgito y a ti. Cuiden a mamá. Estudien. Si te va a visitar Pola para tu cumpleaños, o si le escribís, dale un fuerte abrazo extensivo a sus padres. A mis hermanos, cuando vayan, también dales un gran abrazo.
Saludos al personal militar, civil, amigos y alumnos. Un beso grandote para los cinco. Mi tirón de orejas para ti. Tu padre…”.
Dos semanas más tarde, el 22 de octubre, Larrabure conseguía anuencia de sus carceleros para remitir una segunda carta a sus familiares, especialmente dirigida a su esposa, a la cual afectuosamente llamaba “Marisita”.
“No bajes la guardia Marisita, y seguí adelante. Nita y los chicos te ayudarán y podrás continuar conduciendo la familia. Les agradezco infinitamente a mis hermanos, y a todos los amigos, personal del Ejército y de la Fábrica que te ayudan en esta emergencia. A mis hijos y ahijado especialmente, que no olviden mi mensaje: aun suceda lo peor, no deben odiar a nadie, y devolver la bofetada con poner la otra mejilla.”.
En el texto, el prisionero intentaba tranquilizar a los suyos y procuraba demostrar la continuidad de la relación con consejos sobre la marcha de la casa, la educación de los hijos y otros detalles. Pero ya en enero de 1975, cinco meses después del secuestro, la letra de Larrabure se hacía, por párrafos, difícil de descifrar.
Tras referir que “he vivido momentos muy inciertos, pero creo que los voy superando”, en esta nueva carta, dirigida a “Querida Marisita, queridos hijos María Susana y Arturo Cirilo, queridos Jorgito y Nita”, Larrabure expresa:
“Si están todos juntos sean fuertes. No tengan mucha esperanza en volverme a ver. Sepan que siempre los quise mucho. A vos, Marisita, un beso fuerte y la refirmación de mi amor…
A mis hijos les dedico lo mejor de mí, los quiero con toda mi alma. Tuve desesperación cuando creí que habían sufrido algún daño. Cuiden a su mamá...”.
Tras recordar a su madre, a sus hermanos, amigos, colaboradores de la Fábrica de Villa María, y a muchas personas más que evidentemente estaban grabadas en su estima, Larrabure concluía:
“Marisita, fuerza y adelante. Te adoro con todo corazón. Quiero que esta carta la leas a todos a quienes tú creas que corresponde”.
Tal como se comprobó posteriormente, el Mayor Larrabure estaba cautivo, en esta parte del período, en Rosario, adonde había sido llevado el día 3 de noviembre. Nada pudo establecerse sobre la ubicación de la prisión anterior, ni tampoco sobre los motivos del traslado, que coincidió con un drástico empeoramiento del trato. Tal como lo entendía Larrabure mismo, su muerte estaba decretada.
Las investigaciones sobre su paradero, entretanto, no avanzaban. Las precauciones de los terroristas y la magnitud del aparato logístico con que contaban, impedía aproximación. Por supuesto, las cartas que el secuestrado escribía en su celda de Rosario, eran despachadas desde Córdoba. Los correos a los cuáles aludía en sus avisos el hermano, no conducían a nada y parecieron ser, más que nada, parte de una cruel acción psicológica para destruir a la familia.
Larrabure, entretanto, escribía poemas que eran filosofía y credo. El credo de un hombre que evaluaba en largas horas el único patrimonio inajenable que la naturaleza le otorga: la vida, el amor y la muerte.
LA RESISTENCIA
Larrabure era Ingeniero químico. Nunca había pensado que podría ser prisionero de nadie; pero como sabía ser hombre y soldado, también supo ser prisionero.
En el centro de secuestradores de la casucha de Garay esquina Bariloche, en Rosario, dio pruebas de su temple, invocando a Dios, cantándole a la Patria o a su mujer y a sus hijos, o escribiendo fórmulas químicas en el mismo cuaderno, para conservar sus facultades intelectuales. También hacía crucigramas, que él mismo armaba.
Sus ataques de asma ya no merecían atención por parte de sus carceleros. El recinto donde se lo tuvo durante más de nueve meses tenía dos metros de largo por metro y medio de ancho, y junto al catre había un retrete portátil. La celda se hallaba bajo un negocio de mercería, atendido por una mujer joven. En la vivienda habitaban, además, el marido, su madre y las dos criaturas del matrimonio. Un cuadro típico de un modesto barrio de nuestras ciudades. O de cualquier ciudad del mundo.
A la celda de Larrabure y a la contigua, ocupada sucesivamente por varias personas que fueron secuestradas con fines extorsivos y que luego reconocieron el lugar, se llegaba a través del “placard” del dormitorio de la pareja. Las celdas “A” y “B”, denominadas así en los brevísimos diálogos que los secuestrados podían oir, carecían de otra luz que la de un tubo fluorescente encendido o apagado a criterio de los terroristas. En la celda B, un industrial fue testigo del temple de Larrabure ante la muerte, cuando lo oyó cantar el Himno Nacional frente a sus asesinos.
Un mes antes, en la última carta que pudo hacer llegar a su familia, Larrabure consolaba todavía a su mujer: “espero nos encontraremos pronto”. Pero, inclusive, su estado físico era grave. Había perdido cuarenta kilos y el asma lo asfixiaba con creciente frecuencia. No tenía con quién hablar. Sólo el “capitán” encargado del centro de detención, que venía ocasionalmente, estaba autorizado para contestar las preguntas del detenido, siempre que tuviera voluntad de hacerlo.
Hay indicios firmes de que se le exigió a Larrabure que pasara al bando subversivo. Su negativa fue determinante para que en ningún momento cediera el rigor sobre su persona, y para que al final se lo asesinara.
“A Dios, que con tu sabiduría omnipotente has determinado este derrotero de calvario, a Ti te invoco permanentemente para que me des fuerzas.
A ti, mi muy amada esposa, para que sobrepongas tu abatido espíritu por la fe en Dios. A mis hijos, para que sepan perdonar.
Al Ejército argentino, para que mantenga orgulloso los colores patrios.
Al pueblo argentino, dirigentes o dirigidos, para que toda la sangre derramada conmueva a la reflexión para dilucidar que somos hombre capaces de hacer nuestro destino sin ideas y formas de vida foráneas y ajenas.
A mi tierra argentina, ubérrima y acogedora, hoy escenario de luchas fraticidas. Para que cobije mi cuerpo y me dé paz”.
Así, con palabras que justificaban que en una “solicitada” el personal de la fábrica de Villa Maria dijera que Larrabure podía alinearse en la fila de los Generales Moscón y Savio, comenzó el militar cautivo su diario, breve y frustrado, en las postrimerías de su agonía. No tenía ya noción ni del tiempo ni de los hechos exteriores; de ahí que recurriera a todo lo que dentro de sí había edificado a lo largo de 43 años de vida.
“No escribo para el insulto ni formulo personalismos, más bien me impulsa escribir, este cautiverio que me sume en las sombras, pero que me inundó de luz” , acotaba Larrabure. Con todo, no podía omitir la referencia a sus captores:
“Mis enemigos son medrosos y pusilánimes ante iguales o superiores. Pero impulsivos, cortantes y autoritarios ante inferiores, débiles y desarmados… Aquí hay soledad de voces y ausencia total de facciones vivas. La cara es reflejo del alma…y los mentados “carceleros del pueblo” son capuchas móviles, insensibles, endurecidos por resentimientos de profundas raíces. Son carceleros sin alma.
…No puedo imaginar qué ventura de halito bondadoso y sutil pretende acariciar su accionar delictivo, qué hace que su carroña se transforme en doradas mieses.
… Estar cautivo de estos revolucionarios antiimperialistas, que arroban sus ideas en los “sobacos” del imperialismo que nace de la idea de los placeres fáciles, del poder asequible sin espera, del dinero, diciendo ser antiburgués cuando huelen a burgués desde que se amamantaban de los pechos de sus madres.
Estar cautivo de estos “próceres” es como estar atrapado en una telaraña, donde sustraídos del medio nos vemos imponentes para líberarnos pero mantenemos la esperanza de una muerte.
Sabía ya que la subversión en su estrategia y en su táctica busca crear el caos nacional. En su estrategia están los revolucionarios burgueses con coches, mujeres, departamentos, buenas “pilchas” y cuentas en el extranjero.
Su escenario es multinacional, hablan de “revolución en América latina” y sus representantes se reúnen en Praga, que como es de suponer les permite recibir instrucciones de un ”buen señor maestro en revoluciones” que supongo no se llama García ni Fernández ni Pérez…
…Estoy celosamente custodiado por encapuchados cuyos cambios de guardia constato por el cambio de calzado que usan o por las manos…Estos son mis carceleros, mis jóvenes encapuchados que resignan con su agresiva actitud la milenaria disposición que a la juventud la caracteriza por su ternura, por su amor.
…Aprecio que mi celda es una excavación porque carece de ventanas y una de las paredes laterales está burdamente revocada a cemento. El frente es de idéntica composición. El contrafrente es una pared de ladrillos huecos y una reja de aproximadamente 40 por 60 y el costado una divisoria de madera compactada. La puerta de igual material da a un pasillo, donde vi otra lúgubre y húmeda celda.
…Dos tubos de plástico negro de unos dos centímetros de diámetro conectan con el exterior y permiten la aireación mediante un extractor eléctrico cuyo funcionamiento depende de mis captores. Yo padezco la terrible desventura de pensar que puede dejar de funcionar y aumenta mi congoja de sentirme ahogado en este nicho donde el aire húmedo y enrarecido aumenta el asma que quebranta mi fuerza física.
¡Oh Dios, no permitas que muera ahogado, asfixiado, desesperado!
…Estoy confundido y quiero ordenar mis ideas. No sé cuándo es de noche ni cuándo es de día. Las horas no están marcadas por el reloj. Me son dichas por mis “piadosos” carceleros encapuchados y por Radio Rivadavia, que ellos sintonizan y puedo escuchar mientras me vigilan…
Pero hoy, prisionero, sin entender la razón de mi cautiverio, el tiempo sólo sirve para dimensionar un tiempo transcurrido y un futuro cada vez más cerca de mi muerte o de mi liberación…
Oh Dios… ¿Podré encandilar un día mis ojos con la luz del sol y palpitar mi corazón agitadamente junto a mi amada esposa, hijos y demás queridos? Si no me quitan lápiz y borradores podré confeccionar mi propio calendario…
…Mis carceleros me han brindado entrevistas para hablarme de política. Por supuesto, política revolucionaria empapada de Mao Tse Tung, Regis Debray, Giap, Ho Chi Minh, Guevara y demás. Les expresé que mi formación es eminentemente técnica y no siento vocación, o prácticamente me fastidia la política. Para prepararme me han entregado la bibliografía correspondiente pero persisto en mi obstinación de mi poco apego a tales
estudios e insisto en que deseo libros de matemáticas o física o química…
Este vivir sin querer vivir, este transcurrir del tiempo sin ser dueño de él me hace volcar a diario a profundas meditaciones. Ellas me reencuentran con Dios, en quien deposito mi esperanza, de quien guardo infinita fe y me someto sumiso al destino que me dé y al recuerdo permanente de mis seres queridos, que vivirán una pesada cadena de dolor por esta separación e incertidumbre de mi destino…
…Las marañas de este largo tiempo traen a mi memoria un libro que habré leído hace más de 20 años, Mis prisiones, de Silvio Pellico. Allí el autor componía una autobiografía en que cuenta su prisión por causas políticas, allá por 1820. Estaba encerrado en celdas pero disponía de carceleros sin capuchas, que ya en el primer día se ofrecen de comprarle vino y se horrorizan cuando Pellico les dice que no bebe, por cuanto entonces, según ellos, se le hará insoportable la soledad de la prisión. Pero son carceleros que tienen cara y traducen alguna consideración para con los que sufren allí. El autor de Mis prisiones relata que en la soledad y el silencio de su celda se reconforta con su devoción a Dios y el recuerdo de los seres queridos que añora. Un día, una Biblia le permitirá deambular en profundas meditaciones y muy pronto, un día, se acerca a las rejas de su celda un niño, hijo de ladrones, que vive cerca y crece al amparo de la cárcel donde su padre purga una pena. Pellico le arroja un pan, y advierte enseguida que la criatura es sordomuda. El pequeño agradece con cariñosos gestos y así a diario se establece una comunicación por señas y muestras de gratitud y el ferviente deseo del preso de mantener esas comunicación, que en su soledad está llena del candor del niño, que arrastra sus signos de tantas desgracias…”
Es curioso cómo, poco antes de su secuestro, había vuelto a la memoria de Larrabure el recuerdo de este libre, durante una de las clases que dio ese año en el colegio de las Hermanas de Villa María, donde se desempeñaba como profesor. Su gusto por la docencia, que ya había ejercido en la Universidad Católica, no se traducía sólo en explicaciones científicas. Espontáneamente, siempre dejaba en sus clases algo más, aquello que debe ser el encuadre de los conocimientos técnicos. Refiriéndose a Pellico, había acotado Larrabure en aquella ocasión que nadie sabe todo lo que conserva en su corazón y en su intelecto, hasta que el dolor y la soledad se lo revelan…
Siguiendo con el “diario”, que en muchas partes revela una debilidad física extrema, reiteraciones y superposiciones, se hallan otras referencias al agravante de las condiciones de encierro representado por el encapuchamiento, o sea, por la absoluta despersonalización de sus guardianes.
“La falta de distancias, la visión del día y de la noche, la mirada de piedad, la comunicación con el interior y con el exterior, la mirada a cara descubierta de los carceleros, el cruce de miradas amigas con otros presos de igual destino, la aparición de un médico viejo y otros detalles por el estilo que se daban en el libro de Pellico, eran un sustento que por lo visto falta en estas “modernas y justicieras cárceles del pueblo”
Al parecer, también en su encierro en Rosario, Larrabure fue –a su pedido- visitado por un médico o por alguien que se presentó como tal. Le entrega un mensaje con el número telefónico de familiares en Buenos Aires, para que les diga que está bien.
“La capucha asiente…, pero por los ojos tuve el convencimiento de que la capucha es solamente estuche de un hombre que está técnicamente preparado para ejercer la medicina, pero carente de sentido de piedad. También este hombre debe tener cualidad de verdugo. Sí, éste también es un hombre frío, nacido indudablemente para manejar el hacha que secciona una cabeza en el cadalso, donde cae sanguinolenta, con un torso y extremidades dan estertores al ser tocados por una brutal muerte…Al ver sus ojos vi la malicia calculadora del sádico…”
“…La negra capucha que esconde sus mejillas desencarnadas de la muerte, me espera paciente. En una espera que procura lenta para gozar de mi impotencia y de mi desesperanza se nutre su ansia fatídica, sabiendo que no será vana. Después del médico, no mejoraron las condiciones. Amargo sabor de hiel ví en los ojos fríos por el orificio de su capucha, ojos de ave voraz que goza de que la carroña de mi cuerpo sea devorada en amarga espera…
“…Un encapuchado que viene me dice hoy: “Mayor, no se desespere y no trate de quebrantar su prisión. Usted permanece en la cárcel del pueblo porque el Ejército al que usted pertenece, lo ha abandonado.
“No estoy abandonado, estoy acompañado por la fe infinita de Dios y por el amor de mis seres queridos, amigos y mi Ejército, que no me abandonará jamás, porque el hizo mi carácter, él perfeccionó mi intelecto y en él aprendí a esperar también a la muerte, con templanza.
“Usted, mayor, tiene una evidente inestabilidad emocional, pero igual, habiéndolo abandonado el Ejército, puede conseguir su libertad.
“Le pregunté a cambio de qué.
“Acepte trabajar como asesor de nuestras fábricas y será libre.
“Por ese precio, no (le contesté)…
“Larrabure, usted tiene un desequilibrio emocional que no le permite apreciar exactamente su situación. Piense y hablaremos.
“Sí, hablaremos, para que se consolide cada vez mas mi fe y mi fidelidad.
“… Hijo mal parido sería trocar este encierro por una libertad física, mientras mi alma se envilecería con el fango de estos miserables… Están en la revolución, hoy son sus prisioneros, entraron ayer y seguirán, porque deben seguir como el río que no se detiene…
“El asma altera mis nervios y mis sentidos están atentos a que el extractor de aire no me traicione. El humo de los Camel me ahoga en la estrechez de mi pocilga. Los cigarrillos que fuman mientras me cuidan me hace mucho mal…
“Humedad, humo, y creo sentir cada tanto el croar de ranas, ranitas verdes que miran las estrellas del cielo. A diario, motores de automóviles ponen una nota acústica a esta vida…
“… Esta mi pensamiento en dar alimentación a mi cuerpo para que no se extinga como una vela por consumo de estearina. Sin embargo, veo que mis fuerzas decrecen, siento altibajos emocionales, insomnio, inapetencias, indisposiciones estomacales y una aguda cistitis…
“Hago gimnasia moviendo mis brazos y piernas en flexiones interminables, porque quiero fatigarme. A pesar de ello no puedo dormir y debo recurrir al carcelero y me entregan Valium 5…
“… Busco fuerzas en mi espíritu azotado para superarme. Sé que no debo quebrantarme, no claudicar sino para morir en Dios que estos pervertidos sin fe insultan, pero también tengo lucidez para darme cuenta de que en algunos momentos hay zumbidos que me cruzan la cabeza y estoy en un estado de inconciencia y siento voces de personas muy caras a mi corazón…
“Calladamente pido a Dios que no me abandone a una locura que seria humillante…, quiero morir de pie como el quebracho que al caer hace un ruido que es un alarido que estremece al monte. Quiero morir de pie, invocando a Dios en mi familia, a la Patria en mi Ejército y a mi pueblo no contaminado… Dios misericordioso, te pido humildemente esta gracia, protege mi espíritu para que mi vida pueda cesar como la serena llama de una vela que se extingue”.
Las hojas desordenadas, sucias muchas, de escritura muy irregular, se suceden.
“… Hoy me siento convulsionado, angustiado, una profunda pena oprime mi pecho. Y me siento sumamente tensionado, nervioso. Mi mente se agita y parece percibir no se que conjunto de sensaciones extrasensoriales, y me invade una desesperante gana de llorar o de gritar, de patear el tabique de mi celda mientras los ojos vigilantes del joven de la capucha siguen inquisidores mi movimiento nervioso en esa ratonera… En mi meditación creo haber comprendido que el estado de paroxismo es producido por un hecho irreversible. Siento quizás la laxitud de haber captado un mensaje de despedida, de un ser muy querido. ¿Habrá sido de mi esposa, de mi madre pobre, de mis hijos, de mis hermanos?
Sorpresivamente sentí voces de mi hija y salí en su búsqueda y me encontré con tres hombres y una mujer joven que hablaba en una habitación. Les vì sus caras y la contracción de sus mejillas pálidas, supongo ante la presencia de un hombre que tienen cautivo y los encuentra desarmados. Lamentablemente, mi estado de alucinación y mi cuerpo quebrantado no me ayudan en la gresca que hubo. Sè que rompì un vidrio, pero fuí desvanecido y cuando desperté estaba maniatado de pies y manos en el camastro…”
Aquí se interrumpe este recorrido de sufrimientos y cavilaciones llevadas al papel. Posiblemente al descubrir las hojas o al tomarse por primera vez el trabajo de leer lo que el secuestrado escribía, los terroristas decidieron impedirle la escritura.
LA MUERTE
A partir de esas imprecisas fechas, que se sitúan en el comienzo de 1975, ya nada se sabe de cómo se desarrolló el cautiverio. Si hubo nuevos intentos de obtener su deserción, evidentemente terminaron como el primero. Si Larrabure, en un momento dado logró reunir las suficientes fuerzas para lograr una fuga – el episodio de que da cuenta el diario no lo habìa sido – a mediados de agosto de 1975 terminó con las torturas de que fue objeto y su ahorcamiento el 19 de ese mes.
O tal vez, los cabecillas del ERP, al llegar esa fecha, creyeron que ya se habían ensañado suficiente con su noble vida, y resolvieron cortarla por fin.
Para el marxismo, la degradación de la sociedad y la marcha hacia el poder van mancomunadas. Se trata de la difamación y degradación de las instituciones, de los próceres, de las leyes, de las costumbres, de las tradiciones y también de las expectativas de evolución que crecen en un pueblo.
Pero también el objetivo de la difamación y degradación de cada persona. Se ataca su personalidad a efectos de producir un estado de shock. Los hombres de sólida moral y ética, de sistema psíquico asentado sobre la disciplina o la fe inconmovible en Dios, difícilmente son minados; pese a los estados de postración que confiesa periódicamente en su diario el mayor Larrabure, no se observa deslizamiento alguno de su personalidad hacia la traición, la duda o la desesperación sobre los ideales de Dios, Patria y familia que son la constante en su pensamiento.
Para los marxistas, la lealtad carece por completo de toda condición espiritual superior. De hecho la reducen a una combinación de dependencia económica y de obediencia, que puede ser manejada mediante la presión, con elementos de rigor, necesidad y sujeción. El tema de la lealtad ocupa, curiosamente, mucho espacio en los textos de psicología destinados a los planificadores marxistas.
Cómo quebrarla, por medio de técnicas psicopolíticas que están altamente desarrolladas, es una de las ciencias mejor dominadas por la subversión. En el diario que se halló en la finca de Garay 3254, en Rosario, cuando fue descubierta por las autoridades, no hay indicio de que a Larrabure se lo hubiera sometido a ningún otro tratamiento que no fuera el de la tortura física y psíquica, para que claudicara o pereciera. Inclusive, en la década de los años 70, y en nuestro país, la aplicación de métodos psicopolíticos por la subversión armada no se observó.
Dada su evolución en el extranjero, no debe descartarse de que cualquier intento futuro de la violencia terrorista sea complementado con ella.
A Larrabure, en cambio, se lo sometió a toda la gama de sufrimientos que, sin refinamiento y técnicas científicas de avanzada , debían llevarlo al colapso mental o físico.
Inclusive en uno de los párrafos de sus anotaciones se lee que “este estado anímico tan especial, pienso, es producto de un lento envenenamiento a que me someten mis captores. Son frecuentes mis trastornos estomacales….”
“¿ Hasta cuándo, hasta cuándo esta locura sin sentido de tenerme aquí?“, preguntaba Larrabure en su desesperación, que sólo abarcaba aspectos de su existencia física. De ahí que en ningún momento claudicara.
El 19 de agosto de 1975, el industrial que ocupaba la celda contigua a la de Larrabure, sin saber de quién se trataba, oyó durante largos ratos una voz entrecortada por accesos de tos, que rezaba. Hacia el atardecer, según supuso, oyó que ese mismo compañero de encierro, en voz muy alta, si bien con evidentes problemas respiratorios o de de garganta, cantaba el Himno Nacional. Luego hubo ruidos distintos, que no pudo interpretar, y finalmente un silencio largo como si el ocupante de la celda vecina hubiera sido evacuado.
Pasado el mediodía del sábado 23 de agosto, la comisaría 18º de la policía provincial santafecina recibía una llamada. La voz, de un hombre que evitó cualquier detalle identificatorio, informó que en un zanjón próximo al cruce de la avenida Ovidio Lagos y calle Muñoz, poco antes de la salida de la ruta 178, había “ un bulto que les va a interesar”.
En el lugar, despoblado, casi frente a la abandonada estación El Gaucho, del Ferrocarril Belgrano, un grupo de niños ya había descubierto el llamativo paquete de revestimiento plástico. Sin embargo, habituados a la frecuente aparición de cadáveres o de bombas, se hallaban en prudente espera frente al bulto.
Al acercarse la policía se encontró con un documento del mayor Larrabure. Desenvuelto con cautela el envoltorio, en su interior se encontró el cadáver de un hombre de “impresionante delgadez”, según el testimonio de los responsables de la macabra operación, “colocado sobre un colchón muy angosto, posiblemente de material sintético, envuelto en una sábana y en una frazada”.
El cuerpo estaba vestido solamente de un pantalón pijama y un pullover en mal estado. En el cuello había marcas profundas de estrangulamiento o ahorcamiento.
En uno de los dedos, un anillo con las iniciales completas de Larrabure dejaba pocas dudas de que se trataba de su cadáver. De la frazada saltó el carnet de conductor a su nombre, expedido por las autoridades de Villa María, Córdoba.
Trasladado el cadáver al Hospital Municipal Central, el médico forense dictaminó que el cuerpo había permanecido congelado durante por lo menos 36 horas, y de que la muerte databa de 27 horas antes del hallazgo. Además de las marcas del ahorcamiento, se observaron en el cuerpo señales de golpes, así como lesiones producidas por larga permanencia en posición cúbito-dorsal.
“No se pueden reconstruir los últimos momentos del señor Mayor Larrabure. Quizás se le notificó fríamente que sería ultimado. Quizás él, en algún diálogo de dignidad suprema, provocó que los asesinos se arrojaran sobre el ahorcándolo, al no poder soportar su desafío. O tal vez la ejecución se fue preparando durante un día o dos”, expresó una fuente policial encargada de la investigación.
En un comunicado, la organización Ejército Revolucionario del Pueblo daba cuenta de la muerte de Larrabure, confirmando la fecha del 19 de agosto.
En el comunicado del Comando General del Ejército se informaba, a su vez, de las conclusiones de la junta médica , que dictaminó sobre el cuerpo del infortunado ingeniero militar: “En la región fronto-parietal, zona media, aparece una contusión de forma rectangular de medida cuatro por dos centímetros, similar a la periferia del cotillo de un martillo, presuntivamente. Placas apergaminadas de cuatro centímetros, aproximadamente, en ambas caras internas de las rodillas, producidas en vida, por fuerte compresión.
En tercio medio de la pierna derecha, surco profundo que rodea el contorno anatómico, producto probable de una ligadura compresiva en vida. En el cuello, surco profundo de estrangulamiento de fondo apergaminado, de recorrido horizontal levemente oblicuo, que abarca todo el perímetro, producido posiblemente por torsión desde atrás, ya que no se observan signos de cianosis en sus extremidades inferiores, propias en caso de haber estado suspendido. En los órganos genitales, gran zona congestiva inflamatoria, probablemente por pasajes prolongados de corriente eléctrica. Hay zona escarificada en el tercio superior del tórax, cara posterior, producida probablemente por la permanencia prolongada, en vida, en posición cúbito-dorsal. En el rostro, hemicara derecha, gran zona de congestión, que abarca la región frontal de ese lado, región maseteriana derecha, con gran derrame conjuntival en ojo derecho, presumiblemente provocadas por la acción de golpes o por choque violento con objetos duros. El cadáver presenta signos evidentes de deshidratación grave en vida por falta de líquidos y electrolitos suficiente, ratificado por una rebaja de peso superior a los 40 kilos de su peso en oportunidad del secuestro, según resulta de fichas”.
En el comunicado militar se destacaban el carácter brutal del asesinato y las condiciones infrahumanas del cautiverio de Larrabure, puntualizándose en su parte final:
“El Ejército Argentino recibe hoy a un nuevo mártir, con firme propósito y compromiso de continuar en la lucha contra la subversión hasta su total extinción, para lograr de forma definitiva la paz tan ansiada y merecida por la familia argentina”.
Trasladados a Buenos Aires, los restos de Larrabure fueron velados en el Regimiento I de Infantería Patricios, y su sepelio se llevó a cabo en el Panteón Militar a primera hora del día 25 de agosto, en el Cementerio de la Chacarita. Apenas se había conocido la noticia de su muerte, Larrabure fue ascendido a Coronel, fue el único militar en la historia argentina que ascendió estando en cautiverio cuando fue secuestrado era Mayor, ascendió a Teniente Coronel, y post-mortem ascendió a Coronel.
Mientras tanto, en Tucumán, el Ejército ya había puesto en marcha, desde cinco meses atrás, el Operativo Independencia, que a un elevado costo de vidas determinaría la derrota del audaz intento del ERP de ocupar política y militarmente un área del territorio nacional. Pero sólo con la llegada de los militares al poder, en marzo de 1976, podría ser desarmada toda la guerrilla y dislocado su sistema de apoyo.
Según Mao Tse Tung, “la retirada estratégica es una medida estratégica planificada que adopta un ejército inferior en fuerza cuando estima que no puede aplastar la ofensiva de un adversario más peligroso, con el fin de conservar sus fuerzas y esperar el momento oportuno para derrotar al enemigo. Sólo los partidarios del aventurerismo militar se oponen porfiadamente a semejante paso y propugnan detener al enemigo más allá de las puertas.
De más está decir que los guerrilleros fracasaron en su intento inicial de presentar su virtual desaparición como una “retirada estratégica”. No se retiraron, fueron derrotados y aniquilados.
El sádico asesinato de Larrabure contribuyó indudablemente, junto a otros hechos similares, a movilizar la opinión pública. Sirvió también para establecer la abismal divisoria entre una conducta moral y nacional, y el carácter de los grupos marxistas.
Pero no debe olvidarse que el vietnamita Giap, tan apreciado por los guerrilleros argentinos, había alentado con estos argumentos muy duraderos a los irregulares birmanos, después de una dura derrota:
“Nosotros surgimos la primera vez de la nada, solamente por el poder de una idea. ¿Cómo no seríamos capaces de reaparecer, una y mil veces, en uno y mil lugares, con una bandera u otra, como sea? Mientras existamos, sabremos reaparecer, multiplicarnos y golpear. Cuando regresemos tenemos una historia detrás, y también la historia de nuestra derrota. Para los revolucionarios, todo lo que ocurrió sirve para vencer la segunda vez… o la nonagésimonovena vez.”
De ahí que el martirio de Larrabure, como el de cientos de argentinos, no ha concluído en su vigencia. Todo lo que ha ocurrido debe servir también para vencer la segunda vez, y la nonagésimonona.
El mismo Larrabure en un párrafo de sus anotaciones del cautiverio, pone de relieve el carácter fanático y la fuerza permanente del aparato de odio de la subversión.
“Estos revolucionarios ruedan, y llegan a un instante en que no saben porqué y para qué, pero ruedan.” Obviamente, detrás de ellos hay una planificación mundial fría e inexorable, que mantiene en funcionamiento la maquinaria, y que no se desanima por una derrota. Los campos de batalla son el mundo entero, y el tiempo ilimitado. Las vidas humanas…. lo de menos, aunque sean las de sus combatientes.
Larrabure, del lado nacional, dejó no solo el valor sobrenatural del martirio libremente elegido, elegido de día en día durante más de un año. También dejó escrito como mensaje:
“Morir, pero por ideales que están al amparo de símbolos que nos conmueven el espíritu con la visión de una nación altiva. Ricas pampas, ríos caudalosos, mocetones que sienten la patria por la pureza de sus corazones libres y que ignoran cánticos foráneos y estrellas imperialistas de cinco puntas teñidas de rojo…”
No son muchos los casos de nuestra historia política, en que alguien ha mirado tan en los ojos a la muerte violenta e injusta con tanta conciencia, frialdad y altivez.
Nota: Este texto es copia del capítulo VII titulado “Larrabure” ,del autor Antonio Petric, extraído del libro “Así sangraba la Argentina” de la Colección Humanismo y Terror dirigida por Armando Alonso Piñeiro. Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1980.
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