De Bonafini a Kirchner, de Moyano a Yasky
Por ROGELIO ALANIZ
Hace rato que Hebe Bonafini no merece ser tomada en serio. Yo por lo menos lo tengo en claro desde 1982, cuando en Santa Fe, en un bar de la costanera para ser más preciso, discutí con ella porque sostenía que los obispos Novak y Hessayne eran unos farsantes y afirmaba que a los políticos, a todos, había que meterlos en un paquete y tirarlos vivos al río. Lo decía y señalaba la laguna Setúbal sin saber que años después nos íbamos a enterar que los que tiraban personas al río eran los militares.
Después de escuchar esas barbaridades, decidí que no valía la pena discutir con ella, porque sus palabras tenían tanta autoridad política como las de mi tía Chocha, con la cual se parecía en sus aires de matrona y en la manera desconsiderada con la que tiranizaba a las otras madres, tratándolas como si fueran sus esclavas.
Recuerdo que alguien me dijo que debía respetar su trayectoria. Recuerdo que le contesté que yo estaba dispuesto a respetar su trayectoria si ella respetaba la mía. ¿Qué es más noble, luchar por los ideales o luchar porque te secuestraron un hijo?, pregunté. Interesante dilema porque comprometerse con la lucha política es una decisión, una elección de vida, luchar porque al hijo lo mataron es también una decisión, pero convengamos que es una decisión fundada en una pulsión instintiva. Aclaro más el concepto. Cualquier madre, con independencia de las posiciones de su hijos, está dispuesta a salir a la calle o a realizar cualquier sacrifico en nombre de su hijo. En el tango, cuando todos traicionan, los amigos, las amantes, todos, la única que se mantiene al lado del hijo es la madre, que ama incondicionalmente, sin preguntar ideologías ni mirar expedientes.
Ana Ajmátova, la excelente poeta rusa, relata en un verso hermoso y terrible que estuvo diecisiete meses esperando en las puertas de la cárcel de Leningrado para poder visitar a su hijo. “Las madres de blanco” en Cuba son tan nobles y dignas como las madres de Plaza de Mayo en la Argentina.
Decía entonces que a Hebe Bonafini no se la puede tomar en serio y la autoridad moral que ganó en un momento la dilapidó luego diciendo barbaridades y, por último, sometiéndose servilmente al oficialismo que le otorga generosos subsidios. Un colega, el otro día, me hizo escuchar la grabación en la que ella insultaba a los jueces y convocaba a tomar el palacio por asalto. Lo que más me llamaba la atención de su discurso era que a cada rato insistía en que “no aguantaba más”, que “no soportaba más”. Lo primero que se me ocurrió preguntarme es: ¿qué es lo que no aguanta y no soporta la señora Bonafini? ¿Tan mal la está pasando? Veamos. Desde hace más de veinte años vive rentada y dice lo que se le da la gana. En los últimos ocho años, su situación personal ha mejorado sensiblemente. A sueldo de los Kirchner, pasa más tiempo en la Casa Rosada que en su casa y sin embargo dice que no aguanta más como si fuera el conde de Montecristo enterrado en vida en la prisión de una isla.
Hebe Bonafini a esta altura de los acontecimientos es un personaje grotesco de la política, alguien que con sus desbordes, arbitrariedades y caprichos ha hecho lo imposible por desprestigiar a la institución que -bueno es recordar- no es de ella, no le pertenece como propiedad. El cariño y el respeto ganado por las Madres… en la Argentina y en el mundo no fueron obtenidos gracias a los exabruptos de esta mujer, sino al testimonio de mujeres que salieron a la calle a reclamar por sus hijos. El reclamo entonces no incluía el apoyo a Cuba, o a los terroristas de la ETA o a los criminales que mataron a tres mil personas en las Torres Gemelas. Las Madres eran entonces las “viejitas” cuyo poder residía en su dolor de madre. Fue ese testimonio el que dejó a los militares sin libreto. Era lo que no se esperaba, lo insólito, lo extraordinario. ¿Qué tienen que ver aquellas mujeres sufridas, estoicas, silenciosas, con esta desaforada?
El gobierno de los Kirchner seguramente se sintió incómodo con las palabras de Bonafini. Algunos de sus dirigentes salieron a tomar distancia; otros prefirieron hacer silencio y mirar para otro lado. Nadie la defendió, por lo menos nadie con gravitación política. La única voz discordante fue la del señor Eugenio Zaffaroni, quien desde hace rato viene haciendo su propio juego en la Corte. Lo escuchaba hablar a Zaffaroni y recordaba cuando Rodolfo Terragno decía que había votado en contra de su designación en la Justicia porque consideraba que no merecía estar en ese cargo un juez que en su momento había jurado lealtad a las actas de la dictadura militar. Terragno sabía de lo que estaba hablando, como también lo sabía el colega que en el 2002 advirtió sobre la curiosa e intempestiva militancia jurídica de Zaffaroni a favor de la libertad de Carlos Menem.
Convengamos, entones, que la señora Bonafini, políticamente, es inimputable y que sus intervenciones no alcanzan a empañar la trayectoria de la institución que ella representa, al punto que muy bien podía decirse que como mito fundante de la democracia Madres de Plaza de Mayo es tan poderoso que ha podido sobrevivir a los militares y a Hebe Bonafini.
De todos modos, mucho más grave que las barbaridades que dijo esta mujer, es que los organizadores del acto que pretendían presionar a la Justicia, le hayan permitido que hablara y que, además, cerrara el acto con sus palabras. Quienes poseen alguna experiencia en organizar actos públicos, saben muy bien que el cierre del acto se lo dan al principal protagonista de la reunión. Bonafini no estuvo de relleno sino todo lo contrario. Además, no miente cuando dice que fue la oradora que recibió mayores aplausos. Es verdad que cuando ella empezó con sus diatribas a algunos funcionarios oficialistas se les cambió la cara y otros dieron un paso al costado para no quedar registrados por las cámaras. ¿Escrúpulos democráticos o pusilanimidad? ¿Convicciones u oportunismo? Que cada uno responda a estos interrogantes como mejor les parezca. En lo que a mí compete, creo que se asustaron.
Pichetto, Verbitsky, Forster, salieron a diferenciarse, a tomar distancia. La que no dijo una palabra fue la presidente y mucho menos su marido. ¿Le conviene a los Kirchner sostener estos niveles de beligerancia? Las opiniones de sus amigos están divididas. Algunos creen que si quieren ganar las elecciones en el 2011 es necesario presentarse ante la sociedad como más democráticos. Otros creen, por el contrario, que hay que profundizar el proceso, marcar con más rigor las divisiones, polarizar aún más la sociedad.
Los Kirchner por lo pronto hacen lo único que saben hacer en estas circunstancias y que hasta la fecha les ha salido bien. Aplicar al orden nacional las mismas recetas que aplicaron en Santa Cruz: prensa adicta y sometida, jueces cortesanos, partidos políticos opositores corrompidos y fracturados y negocios, muy buenos negocios, para ellos y sus amigos.
Recuerdo que hasta hace poco, los militantes kirchneristas decididos a defender a su gobierno encontraban en la designación de la actual Suprema Corte de Justicia uno de los argumentos más fuertes para probar el carácter progresista del gobierno. Dos o tres fallos en contra y la Corte se transformó en la enemiga del gobierno. Los Kirchner no se manejan en estos temas con generalidades. No están en contra de los jueces, están en contra de los jueces que no fallan como ellos quieren. No están en contra de los medios de comunicación, están en contra de los medios de comunicación que no escriben o no dicen lo que a ellos les gusta.
Hasta hace un par de semanas defendían al movimiento obrero y a sus versiones democráticas y combativas, mientras no dejaban de arreglar con Moyano. Justamente con Moyano repartían botines mientras a la CTA le prometían una personería gremial que nunca le otorgaron. Todo fue muy lindo con la CTA hasta que hubo que renovar autoridades y por lo tanto hubo que apostar al poder en serio. El gobierno jugó a favor de Yasky pero lo hizo a su manera, apoyando, pero no dándole nada porque -Yasky y sus amigos deben saberlo- este gobierno no tiene aliados, tiene sometidos y, por lo tanto, un movimiento obrero independiente y crítico no le interesa, es más, le teme.
Las elecciones de la CTA demostraron que el vicio de la corrupción, el fraude y el regodeo con el poder está enquistado como una enfermedad en el movimiento obrero. Moyano y Barrionuevo no son mejores que Yasky y Micheli, pero Yasky y Micheli tampoco son mejores que Moyano y Barrionuevo. El escándalo de las recientes elecciones en la CTA así lo demuestran. ¿No hay diferencias entre CGT y la CTA? Las hay, pero por el momento sólo son discursivas. Cuando las diferencias dejen de ser discursivas y se transformen en práctica política es probable que haya lugar para la esperanza. Mientras tanto, todos se merecen a los Kirchner.
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